(en 2004, año santo, Zapatero sí fue a Misa en Santiago. Y hasta abrazó –eso sí, parecía que estaba con una bomba en las manos– al apóstol. Recuerdo lo incómodo que estaba ZP en la celebración, junto a Fraga, que se dormía visiblemente: yo lo comprobé, y creo que mi hija, que me acompañaba como reportera gráfica, hasta tiene la foto por ahí; algún día la encontraré)
Ocurre, pero en menor medida que en España, en todos los países democráticos: que siempre están en campaña electoral, independientemente de que unas elecciones estén más o menos cerca. La cosa tiene obvias ventajas –los que aspiran al poder tienen que tener ideas, estar en forma e ilusionar a los votantes–, e innegables inconvenientes. Por ejemplo, que, como reza el dicho popular, todo vale para el convento, nunca mejor dicho en este caso, porque me refiero a la visita del Papa a Galicia y a Cataluña, un acontecimiento que va a conmocionar el fin de semana.
Hacerse una foto con el Papa o incitarle a hablar en catalán constituyen, por lo visto, prioridades para todo político que se precie; máxime si, como es el caso, están en puertas unas elecciones. Benedicto XVI llega, así, con aroma de urnas, por más que ya sepamos que ni era el apoyo a unos u otros el motivo del viaje, ni al Ratzinger ecuménico puede importarle un comino que ganen unos nacionalismos u otros en las muy (oficialmente) católicas autonomías que visita.
En este contexto, he de reconocer que alabo el comportamiento del Gobierno central en esta carrera de algunos por declararse católico ferviente –hay buenas dosis de hipocresía escandalosa en varias de estas declaraciones: San Jaime, o San Caetano, bien valen una misa, a lo que parece—y por situarse junto al Pontífice en los momentos cruciales de sus celebraciones eucarísticas. Zapatero, obviamente, está personalmente al margen del redil de la Iglesia católica y no ha querido, por tanto, asistir a unos actos religiosos en los que entiendo que no pinta nada. Lo cual es, pienso, digno de elogio: basta de fariseísmos interesados. Y me parece que esta es la visión del Vaticano, aun cuando algunos, más papistas que el Papa, quieran criticar por presuntamente desdeñosa la negativa del presidente del Gobierno a estar presente en esas ceremonias de carácter puramente religioso.
No: ni España ha dejado de ser católica, contra lo que llegó a pensar el eterno equivocado Azaña, ni es ya la reserva espiritual de Occidente, contra lo que trataron de inculcarnos cuando niños. Es un país teóricamente aconfesional –no lo aprecia exactamente así la Constitución–, con plena libertad religiosa y de culto, un país en el que los políticos ya no presumen ni de su fervor doctrinal ni de su indiferencia en la materia. Y me parece que es este país, en el que cada cual puede ir o no a las misas que le parezcan convenientes, el que recibe, creo que con expectación y con algo de inevitable polémica, al jefe del Estado con más seguidores del mundo. Nada más. Nada menos.
Creo, la verdad, que yo tampoco iría a la Misa con el Papa. Bastantes fieles va a tener ya para necesitar a este pobre (y descreído) pecador…
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