De veras que no se trata de oponerse por oponerse; personalmente, me gustaría un Gobierno progresista para mi país. Habría, eso sí, que definir ‘progresista’, que es término que tiene que englobar a sindicatos y patronal, a clases medias y organizaciones de la sociedad civil. Y recuerdo que lo verdaderamente progresista es no excluir a nadie. Pero la máxima incongruencia de lo que está ocurriendo obliga al periodista, a este periodista al menos, a exacerbar su crítica. ¿De verdad estamos en buenas manos?
Me lo preguntan muchas gentes; hace unas horas, sin ir más lejos, en una asamblea en Córdoba. Les dije que si quienes van a negociar el futuro de la nación son Gabriel Rufián y Adriana Lastra, por ejemplo, que, al margen de ser de más o menos de izquierda-sin-reflexión la una, más o menos ‘indepe’-insultante el otro, son dos ilustres ignorantes sobre tantas cosas, pues no, no estamos en buenas manos. Y perdón por personalizar.
La militancia socialista votaba este fin de semana dar el ‘sí’ –porque será ‘sí’—a la pregunta de la dirección sobre si se debe o no completar una coalición con Unidas Podemos. Sin mayores datos: por qué, para qué, con la ayuda de quiénes –aunque eso ya se sabe: con la Esquerra Republica de Catalunya de Rufián, presidida por un preso que intentó dar un golpe de Estado—. Ni tampoco se dice a los votantes con qué programa se va a gobernar a cuarenta y siete millones de españoles, catalanes, claro, incluidos. Así, los que acudan a votar de los ciento setenta mil militantes socialistas decidirán por todo el resto si la nación estará gobernada por un Ejecutivo vicepresidido por Pablo Iglesias, el hombre que más volteretas ha dado en la política nacional de cuantos yo haya conocido en casi medio siglo de profesión.
El ganador de las elecciones del pasado 10-n, Pedro Sánchez, a quien respeto por tener tras de sí casi siete millones de votos, debe gobernar. Pero no con esta compaña: un confeso republicano de ‘número dos’ en un Gobierno que prometió fidelidad a una Constitución monárquica. Y todo ello aderezado con un necesario acuerdo con esa Esquerra Republicana culpable de casi todos los males que han padecido los catalanes (y el resto de los españoles) desde comienzos del siglo pasado. Más otras adherencias, que irán pasando factura de manera gradual pero implacable.
Eso es lo que la militancia socialista, o parte de ella, decide este fin de semana. Algunos dirán ‘no’, y tengo el testimonio de lo ocurrido en la asamblea de una agrupación socialista segoviana este fin de semana, donde un veterano respetable, que ocupó un alto cargo con Felipe González, explicó emocionadamente por qué predicaba su negativa a la coalición con Unidas Podemos (y compañía): “ni aunque me lo juren me podré creer que Pedro se puede fiar de Pablo Manuel, porque Pedro puede tener muchos defectos, como todo hijo de vecino, pero tonto no es”.
Pero la mayoría será aquiescente. Y entonces…
Entonces, el martes, después de que la militancia de ERC haya votado (de manera no vinculante) si ‘no se debe’ (o sí…) facilitar la investidura de Pedro Sánchez, comenzará esa ‘mesa de negociaciones’, ya digo, Lastra y Rufián encabezando el ‘team’. No es negociación de gobierno a gobierno, como querían los de Esquerra, ni con ‘relator’ internacional, claro, pero el desastre, para el resto de la nación disconforme con la manera como se están encauzando las cosas, estaría cantado.
¿Cómo quiere usted que uno apoye esta deriva tan loca? Soy partidario de la negociación con el independentismo, desde luego. Pero para construir, con todas las fuerzas políticas de la nación, una ‘conllevanza’ aceptable para todos, para todos digo, y manteniendo la irrenunciable unidad de España sin rebasar línea roja alguna. Se puede y se debe hacer. Cierto que me gustaría ver al principal partido de la oposición (y al otro, el desmantelado) más activos en estas propuestas, pero qué le vamos a hacer. Quizá es que, en efecto, no estamos en muy buenas manos. Y perdón, en este caso, por no personalizar: sería muy largo para los límites de espacio de este artículo.
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