Los gobernantes excepcionales, es decir, los estadistas, se forjan en los momentos cruciales. Una pandemia o una guerra, por poner dos ejemplos recientes. Imposible pensar en seguir haciendo lo mismo que se hacía cuando todo va derrumbándose en derredor. Ahora se cumplen dos años desde que inauguramos, por culpa de un virus, una situación de excepcionalidad sanitaria que, de rebote, afectó a todos los órdenes, incluyendo el institucional. Solo tardíamente, se demoró más de un año en hacerlo, Pedro Sánchez reordenó su Ejecutivo y su equipo de colaboradores a las nuevas circunstancias. Ahora, nos avisan de lo obvio: vamos a sufrir en nuestros bolsillos las consecuencias de la satrapía de Putin. Sangre, sudor, lágrimas, y también solidaridad para con los refugiados, que serán millones repartidos por toda Europa. No creo que eso se pueda afrontar normalmente en las actuales circunstancias: hay que hacer una política de guerra, que no guerrera. Si todo está cambiando a ritmo vertiginoso, algo habrá que hacer para adaptarse al cambio.
Sí estoy pidiendo una adecuación del Consejo de Ministros a las actuales circunstancias –y no, no voy a volver a hablar de las dos ministras ‘zombis’–. Tratar de imponer una imagen de (falsa) normalidad cuando los ciudadanos ven disminuir a marchas forzadas su capacidad adquisitiva y crece su percepción sobre un cierto estado de inseguridad, incluso jurídica, me parece una estrategia inadecuada. Hay que hacer cosas en todos los órdenes, imprimiendo a la acción política un dinamismo del que carece: las mudanzas ahora dependen solo de los vientos huracanados que llegan de quién sabe dónde y nadie parece controlar el proceso. El Gobierno habría de ser recortado, reorientado a las necesidades que nos vienen, que nada tienen que ver con la planificación vigente hasta ahora –qué ha quedado del ‘horizonte 2030’, Señor…– , ni con aquellos Presupuestos aprobados en condiciones muy diferentes. Y no es solo eso: creo que hay que modificar no solo carteras ministeriales, sino ideas y actitudes.
Un Gobierno para hacer frente a la guerra tiene que contar con la ayuda de una oposición ahora inexistente tanto a su derecha como a su izquierda. Y no sé, la verdad, si esta situación de ‘provisionalidad permanente’ se podrá mantener hasta que el principal partido alternativo, el Popular, concluya su congreso el próximo 3 de abril para iniciar una interlocución, esperemos que positiva, con el Gobierno de Pedro Sánchez, que, por cierto, también tendría que cambiar a algunos de sus interlocutores. Ya no cabe la ‘confrontación fake’ ni sobre el Gobierno de los jueces, ni sobre la reforma laboral, ni sobre cómo se van a repartir los fondos ‘next generation’ –suponiendo que este proyecto pueda mantenerse incólume a la vista de las nuevas circunstancias impuestas por el belicismo de Putin–, ni sobre qué medios de comunicación son cercanos o lejanos a las tesis gubernamentales o a las de la oposición, yo qué sé.
No puede ser, simplemente no puede ser, que nos adviertan cada día de la gravedad creciente de la situación y procuren, al tiempo, que los ojos de la ciudadanía se distraigan con temas secundarios, como si nada estuviese ocurriendo. ¿Para cuándo un plan oficial, una comisión interministerial, para el ahorro de energía?¿Para cuándo un plan alternativo para combatir la inflación en la cesta de la compra?¿Para cuándo un proyecto de socorro a la creciente población en riesgo de exclusión?¿Para cuándo pedir, desde las instancias oficiales, a la población que coopere en la acogida a los refugiados?
Pienso que España parte en desventaja con relación a la mayor parte de los miembros de la UE, porque su situación política es especialmente débil: Gobierno no homogéneo, oposición desaparecida, instituciones, comenzando por la principal, en plena zozobra. Y ahora es política, política y política (de altura, claro) lo que se necesita. Una política que abarque a todos los ciudadanos, y no solamente a un Gobierno que se despega a ojos vista de la calle para enredarse, a veces, en polémicas intestinas absurdas , sin justificación y sin conocimiento suficiente de lo que está pasando.
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