A todos nos saldría del alma gritar “¡a la mierda!” en momentos solemnes y desde tribunas ilustres, que todos puedan escuchar. Gritaríamos “¡ a la mierda!” a quienes no nos dejan hablar, a quienes deforman sus y nuestros argumentos, a los totalitarios, a los intransigentes, a los diputados culiparlantes, a los siseñores perpetuos. No, no es fácil gritar, con un micrófono abierto (ni siquiera cerrado) “¡a la mierda!”, ni llamar “gilipollas” a quien pretende no dejarnos hablar. Hay que ser muy independiente, bastante cascarrabias, enormemente libre, descarnadamente sincero, para mandar a la mierda a un auditorio, cualificado o no, ante las cámaras de la tele o no.
[tele=http://www.diariocritico.com/tv/video/9447/video-labordeta-canta-adios-fallece.html]
José Antonio Labordeta lo hizo. Y ese será, como él quiso, su epitafio. Mandó a la mierda muchas cosas que todos hubiéramos querido, y no lo hicimos, mandar a la mierda, a hacer puñetas, al carajo. Por eso, Labordeta con quien tantas veces compartí risas cómplices y sarcasmos en los pasillos del Congreso, era el mejor de todos nosotros. Vaya si le vamos a echar de menos en esos empobrecidos pasillos. No sentía tanto dolor desde la muerte de Delibes, que también nos enriqueció tanto. Aunque no nos mandase a la mierda.
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