A ver si Trump da (o no) una palmadita en la espalda de Pedro Sánchez

Como un balón de oxígeno. Así es el viaje que esta semana ha emprendido Pedro Sánchez, tan agobiado con los asuntos domésticos, a Canadá y los Estados Unidos. Le vemos junto a Justin Trudeau, el sin duda carismático primer ministro canadiense, y también se reunirá, ya en Nueva York, con, entre otros, Miguel Díaz Canel, el hombre que sucedió a Raúl Castro al frente del timón de Cuba. Lo que nadie sabe es si, en la recepción multitudinaria que Trump ofrezca, dentro de pocas horas, a los presidentes y primeros ministros que asisten a la Asamblea anual de las Naciones Unidas, tendrá unos minutos para detenerse a palmear a Sánchez en la espalda y tal vez, susurrarle, o no, un ‘encantado de conocerle, señor presidente’. Bueno, siempre será eso mejor que hablar de tesis doctorales y libros un poco ‘fake’. Lo malo es siempre, para los que huyen al exterior buscando trocar en aplausos los abucheos en el interior, que hay que regresar. Y el regreso de Sánchez se va a producir casi coincidiendo, por ejemplo, con lo que ocurra en Cataluña el fatídico 1 de octubre.

Hay que reconocer que el viaje a Nueva York de Sánchez se produce en momentos en los que la cotización internacional de España anda algo a la baja. El propio líder de la oposición, Pablo Casado, le comentaba días atrás al presidente de la Comisión Europea, quizá en un gesto excesivamente ‘dicharachero’, que “España es un desastre”. No sé muy bien cuál es la percepción general acerca de este país nuestro en el conjunto de las Naciones Unidas, la verdad, si ‘desastre’ o nación de éxito, pero sospecho que, por ejemplo, a Trump los españoles le importamos bastante poco, si es que algo sabe de nosotros, y que difícilmente se detendrá más de minuto para hablar con Sánchez, aunque sea apenas sobre trivialidades.

Y, sin embargo, me consta que existe un clima de opinión cuando menos anhelante en muchos países europeos en los que España sí cuenta. Lo que vaya o no a ocurrir en Cataluña, por ejemplo, es fuente de constantes especulaciones en una nación, como Francia, a la que le va mucho en que las cosas catalanas salgan de una manera o de otra. Y que, por ejemplo, se desvive por saber en qué derivará la aventura de su ex primer ministro, Manuel Valls, convertido en candidato a la alcaldía de Barcelona al frente de una mesa de personas que no se sabe aún si incluirá también una mesa de partidos ‘constitucionalistas’. Francamente, me temo que la imaginación política catalana (o sea, española) no llega hasta tratar de aglutinar en una sola candidatura un gran frente que agrupe a Ciudadanos, al PSC, al PP , a Sociedad Civil y a otros grupúsculos en la órbita ‘antiindepe’, aunque bien que me gustaría equivocarme. Una vez más, en todo caso, Cataluña se convierte, para bien o para mal, en un laboratorio de ensayos políticos. Casi todos, por cierto, fracasados a lo largo del tiempo.

Bueno, pero no adelantemos demasiado los acontecimientos, cada día más imprevisibles, sobre todo cuando de Cataluña se trata. El caso es que confío en que, durante sus horas de vuelo y entre abrazo y abrazo a dirigentes del mundo mundial, Pedro Sánchez encuentre, al fin, algunos minutos para reflexionar en su propio destino y en el destino de todos los españoles que aquí nos hemos quedado, pendientes de ver por la tele si hay o no abrazo con Trump, sublime entretenimiento de un rato, a la espera del regreso, el duro retorno.

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