Adios, Pablo Iglesias, adios

GRAF3818. MADRID, 19/04/2019.- El candidato de Unidas Podemos a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias, participa en un acto contra el maltrato animal, este viernes en Madrid. EFE/ J.J. Guillén

El martes, Pablo Iglesias se despedía del Senado, donde posiblemente jamás vuelva a intervenir como miembro de Gobierno alguno. Este martes hacía lo mismo en el Congreso de los Diputados.

Allí acudió a la que fue su última sesión de control parlamentario para decir adiós, menos elegantemente que en la Cámara Alta la víspera, y anunciando que presentará ante los tribunales una denuncia por cohecho contra el secretario general del Partido Popular, Teodoro Garcìa Egea: el todavía vicepresidente del Ejecutivo de Pedro Sánchez, le acusa de haber ‘comprado diputados’ en Murcia para hacer fracasar la moción de censura presentada por los socialistas.

Presumiblemente, Iglesias abandonará su escaño en las próximas horas: desde enero de 2016 ha sido uno de los diputados más polémicos e ‘inquietos’ -llamemoslo así_en el hemiciclo. El lunes dejará el Gobierno en el que ha permanecido un año, dos meses y trece días por varios conceptos inolvidables.

Se va Pablo Iglesias del Parlamento nacional como ha vivido en él: con bronca. Sus maneras suaves para despedirse de quienes han sido sus adversarios –¿sus enemigos?– durante cinco años no han bastado para disipar el tono retador, faltón y nunca conciliador que le ha caracterizado. Creo, la verdad, que la rácana vida parlamentaria española no pierde mucho con su salida, como pienso también que el Gobierno de Pedro Sánchez, al margen de que el presidente pueda empeorarlo en los próximos días con alguna incorporación a mi entender nefasta -como la de la secretaria de Estado Ione Belarra, otra ‘bronquista política’ profesional _gana con la marcha del aún líder de Unidas Podemos. La figura de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que pasará a ocupar la vicepresidencia tercera del Ejecutivo, es mucho más conciliadora y mucho menos conspiradora. Y más eficaz a la hora de hacer cosas por la gobernación del país.

Las encuestas dicen que al señor Iglesias no le irá demasiado bien en las elecciones madrileñas. Los que parecían sus socios más probables, los de Más Madrid, le han dado con la puerta en las narices. Y el propio candidato socialista a la presidencia de la Comunidad, Angel Gabilondo, ha dicho taxativamente que con Iglesias no querrá acuerdos de gobierno tras las elecciones: esperemos que eso sea capaz de mantenerlo el ex ministro de Educación y ex rector de la Universidad Autónoma de Madrid. De momento, a Iglesias, que ha sembrado tantos vientos, todos le dan la espalda. La tempestad le llegará si obtiene el mal resultado que le anticipan los sondeos el 4 de mayo: eso podría dar con sus huesos fuera de la política.

No descarto que sea lo que él desea: quien bien le conoce, como la anticapitalista andaluza Teresa Rodríguez, dice de él que es un inestable, incapaz de mantener mucho tiempo ni una relación personal, y a la vista está, ni un puesto de trabajo. Desde luego, esa es la impresión que nos ha dado a muchos. Como periodista y como ciudadano, debo confesar que me gustaría saber que su adiós a la política nacional, y el que puede ser otro adiós, forzado por las urnas, en la política autonómica, es irreversible: no es este Pablo Iglesias, tan diferente al menos al que creímos atisbar en 2014, lo que muchos piensan, pensamos, que necesita este país.

Ahora viene una campaña electoral, la de Madrid -que tendrá tintes de campaña nacional–, en la que tendremos abundantes oportunidades de ver a Iglesias en su salsa más auténtica, fungiendo de caballo de Atila. Puede que después quiera empezar a frecuentar tertulias periodísticas -nada le gusta más que salir en televisión–, o a dar conferencias bien pagadas: se encontrará con muchos colegas a los que ha dado desplantes que mostraban su escaso aprecio por la verdadera libertad de expresión.

Adiós, Pablo, adiós; ni siquiera me sale una despedida neutra, tanto es lo que me alegra su éxodo. Creo que la Historia de España le incluirá no en sus páginas más negras, sino en las de la anécdota, transformada, como decía Marx, en farsa. Confío en que su legado político, esa ‘coalición dentro de la coalición’, formada con Esquerra y con Bildu, sea aún más fugaz que este pintoresco personaje, irrepetible en cualquier Gobierno de Europa.

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