Pues ya tenemos todos los datos sobre la mesa de trabajo. Incluyendo una parte del panorama exterior, que se completará en 2017 con algunas cruciales elecciones europeas: todos nos hallamos aún conmocionados por el mazazo que nos ha significado la elección de alguien como Donald Trump como presidente, lo que no dejará de tener influencia en esas elecciones en Europa, yo diría que quizá en Francia sobre todo. Pero hay que seguir. Y en España se abre ante nosotros un proceso apasionante en el que habrá que hacer frente a retos –incluyendo el panorama exterior, que sin duda se nos complica algo a todos los europeos en general y, claro, a los españoles también—tan apasionantes como peligrosos. Entre ellos, los intento de celebrar un referéndum secesionista en Cataluña y el reanimar a los alicaídos partidos políticos, tan desgastados por casi un año de disparates e interinidad.
Hasta ahora, Mariano Rajoy ha actuado como si nada hubiese pasado: un elenco gubernamental sin duda continuista, aunque probablemente bien orientado para hacer frente a algunos desafíos concretos, señaladamente con la designación de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría como la persona que hará frente al ‘tema catalán’. Y unos ‘segundos escalones’ en los que, hasta ahora, la falta de sorpresas ha constituido la tónica dominante. Veremos si la puesta en marcha de los acuerdos de Legislatura con Ciudadanos hace que el ritmo gubernamental, excesivamente tranquilo en mi opinión, se dinamice algo.
Creo que en el seno del poder que representa el PP y en ciertas instituciones se ha instalado una especie de sensación que, traducida a la pedagogía de salón, podría resumirse así: “¿Veis? Somos el ‘antitrumpismo’, gentes previsibles, sólidas, poco dadas a la ocurrencia y a la aventura gratuita. No como el PSOE, que anda como pollo sin cabeza, o como Podemos, que está de lucha interna por el poder sin un programa claro. O como Ciudadanos, que cada día pierde más influencia y se diluye”. He escuchado este razonamiento, en términos similares, a un par de ‘marianistas’ de cierto relieve. Y no reparan ellos –o sí, y no lo manifiestan— en que también el partido en el poder, poder algo compartido con Ciudadanos y hasta con el ‘pollo sin cabeza’, tendrá que renovar estructuras y funcionamientos si quiere seguir manteniendo el éxito elativo que hasta ahora ha logrado.
Más les valdrá, pienso, que el próximo congreso del PP sea el de la renovación. Veremos, porque los máximos dirigentes, comenzando por Rajoy y siguiendo por la secretaria general, no parecen demasiado ansiosos ni de renovar ni de renovarse: ‘¿para qué diablos cambiar cuando todo va bien y el entorno está en descomposición?’. O sea, lo mismo que debieron pensar en su momento los demócratas norteamericanos, mirando a su burro y los republicanos avistando a su elefante. O también Hollande y Sarkozy, o hasta Papandreu con el PASOK y, desde luego, Pedro Sánchez en el PSOE, me parece que se sintieron un día llamados a ‘consolidar las estructuras’, sin darse cuenta de que en la vida, y especialmente en política, el cambio es permanente y cualquier hueco que dejes lo vienen a okupar quién sabe qué populistas, por decirlo con un ápice, pero no con un exceso, de exageración.
Así, deberían los partidos españoles aprovechar sus próximas, tan aplazadas, citas congresuales para ponerlo todo, o mucho, patas arriba, rearmarse con programas realistas y alinearse en orden de combate con lo que va a ser la tónica del período 2017-2020: marcha ligera hacia horizontes insospechados, hacia procesos que los que aspiren a representar a los ciudadanos tendrán que embridar con una Nueva Política. Y los cimientos del futuro ya están puestos; hay que construir la casa con materiales perdurables. Solo que no sabemos por dónde va a discurrir ese futuro ni qué materiales harán que la edificación aguante.
fjauregui@educa2020.es
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