Asisto en el Congreso de los Diputados al –aunque las sorpresas nunca pueden excluirse—último pleno parlamentario de la temporada. En teoría, comenzaban las vacaciones tras un largo período de atonía en el Legislativo. Y finalizaba un período político con una severa derrota del Gobierno de Pedro Sánchez, que veía frenada su senda del déficit y su camino hacia unos nuevos Presupuestos, torpedeado por los propios aliados que hace dos meses le permitieron ganar su sesión de investidura y convertirse en presidente del Ejecutivo e inquilino de La Moncloa. Así que no habrá, previsiblemente, nuevos Presupuestos, pero tampoco piensan Sánchez y sus ministros y asesores propiciar un adelantamiento de las elecciones: quieren prolongar el mandato del PSOE hasta el límite legal, dentro de casi dos años, junio de 2020. Veremos si lo consiguen, porque el final de este curso ha sido casi tormentoso.
Demasiados nubarrones en el horizonte. Que hayan sido precisas ocho sesiones plenarias de la Cámara Baja solamente para elegir a la administradora única de Radiotelevisión Española significa dos cosas: una, que todo se ha hecho rematadamente mal desde el Gobierno y desde su ‘aliado’ Podemos, que quiso tomar ‘manu militari’ el mando del antiguo y poderoso Ente; y otra, que es enorme el desprecio entre estas fuerzas políticas por las tareas del poder Legislativo, al que se ha forzado a realizar ¡ocho sesiones plenarias! antes de poder consumar un nombramiento, el de administrador único de RTVE, que es tan coyuntural como que apenas se prolongará por tres meses.
Termina así un curso político de auténtico infarto. Que ha conocido una moción de censura que propició un cambio de Gobierno radical ,con el consiguiente hundimiento del partido –el Popular—que estaba hasta ese momento en el poder; un partido que ahora inicia un proceso de regeneración, de la mano de Pablo Casado, el hombre que sustituyó a Mariano Rajoy al frente de la formación conservadora. Y un curso que ha conocido también la exaltación de un PSOE que se lanzó, con valor quizá suicida, a gobernar con el apoyo de Podemos, de nacionalistas vascos y catalanes y también de los independentistas. Que han sido, por cierto, los que han fallado a Pedro Sánchez en el último pleno parlamentario, el del techo de gasto, de este viernes.
En la ‘cuestión catalana’, el curso termina con las espadas en alto, pero con signos moderadamente alentadores. A ver qué ocurre cuando, la próxima semana, se encuentren las delegaciones negociadoras catalana y del Gobierno central, con la Generalitat como escenario de este trascendental encuentro. Al menos, delegaciones negociadoras haylas, que es más de lo que se podía decir en la etapa anterior.
Y, claro, quizá lo más grave de todo, el patente deterioro de la principal institución del país. Me refiero, desde luego, a la Corona, cuyo titular, al cual suelo referirme como acaso el mejor Rey que haya tenido España, vive momentos de angustia tras la difusión de unas cintas que comprometen seriamente la imagen de su padre, el Rey emérito Juan Carlos I. Qué duda cabe de que, en los próximos meses, si no semanas, conoceremos una reacción de imagen y comunicación por parte de La Zarzuela. Porque se trata de eso o…
Así, concluimos este curso –¿lo cerrará Pedro Sánchez la semana próxima con una de esas ruedas de prensa ‘de temporada’? Parece que sí, que, por fin, habrá una verdadera rueda de prensa del presidente—con todos los frentes abiertos: en el Ejecutivo, en el Legislativo, en el Judicial –que a ver qué sucede con unos presos catalanes que llevan “demasiado tiempo” encarcelados, según nada menos que la delegada del Gobierno en Cataluña–. También muchas cosas no cerradas en el principal partido de la oposición, donde Casado ha iniciado la ‘operación control’ tras su victoria interna sobre Soraya Sáenz de Santamaría. Y, para colmo, como antes señalaba, problemas, y serios, en la base del Estado, la Corona. Una ‘tormenta perfecta’ como para quitar el sueño a cualquiera que no sean nuestros pétreos representantes en la cosa pública.
Ni siquiera el ambiente vacacional, que llega para casi todos, va a ser capaz, un año más, de disipar los asfixiantes gases de una severa preocupación política, por más que entre los parlamentarios no pude advertir la más mínima señal de inquietud: para ellos empieza una diáspora vacacional que será, presumiblemente, larga. Y parece que eso es lo único que importa, vaya por Dios.
fjauregui@educa2020.es
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