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(Ahora dicen que ‘Democracia real ya? está pensando en presentarse a las elecciones. Me parece buena idea; deberían hacer un primer test a escala nacional y circunscripción única en las elecciones europeas del año próximo)
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Cada día estoy más convencido de que las próximas elecciones generales, y es posible que ya las municipales y autonómicas, van a marcar un profundo cambio en el espectro político español. Se ve venir, y mucho tendrán que cambiar las cosas para que España siga siendo el país bipartidista ‘imperfecto’ que ha venido siendo desde que se hundió UCD, en 1982, y PSOE y AP, después transformado en PP, se enseñorearon de la inmensa mayoría de los escaños en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Han sido treinta años de predominio, de funcionamiento muchas veces abusivo, al amparo de una ley electoral injusta que trataba, y trata, de eso: de perpetuar un sistema de dos grandes partidos nacionales y de primar a formaciones nacionalistas que parecían, en su origen, moderadas, relegando a ‘terceras opciones’ como hoy son IU y UPyD. Pero hay alguien que viene por ahí, dispuesto a hacer trizas este ‘statu quo’ que, zarandeado por tanto escándalo, tanta falta de ideas, tantos egoísmos y personalismos, ya no aguanta mucho más.
Tome usted, por ejemplo, la irrupción previsible de alguien casi extra sistema, como el ex juez Baltasar Garzón, en la escena política. Seguramente fichará por una Izquierda Unida que no está tan unida –supongo que Garzón lo hará por la ‘fracción Llamazares’–, pero que asciende continuamente en las preferencias de los encuestados, que, en cambio, conceden calificaciones escandalosamente bajas a los dos principales partidos. No digo yo, claro está, que Garzón, que de personalismos sabe un rato, pero que tiene su público, vaya a cambiar el signo de las cosas, no; desde la propia IU se nos viene impartiendo un lenguaje bastante poco innovador. Lo que digo es que lo del que fue ‘juez estrella’ es todo un fenómeno a estudiar, como lo es la irrupción de plataformas que tratan de regenerar la democracia –así, esta semana se presenta un ‘manifiesto de los cien’ que quiere ser un aldabonazo más en la deseable reforma de los partidos españoles– . O la proliferación de pequeños partidos con ánimo centrista en muchas localidades españolas, que ya han empezado a buscarse y a contactar entre ellos. O el creciente auge del ‘partido en blanco’ y del abstencionista. O el éxito que tuvo el movimiento indignado, hoy quizá fraccionado y pensando, una parte, en convertirse en una formación que concurra a las elecciones.
Los profetas del pasado, esos que continuamente basan la renovación en los rostros de siempre, parecen no querer enterarse de estas cosas. Conceden escasa importancia a todos estos síntomas, que anuncian el fin de una era, porque no creen que la etapa actual haya terminado. Por eso quizá le damos tanta importancia a la reaparición televisiva de un ex presidente que ya nunca podrá retornar a la primera línea política, pese a sus indudables virtudes políticas, lamentablemente anuladas por sus defectos. Ya no caben experimentos que sean más de lo mismo.
O mire usted, si no, lo que está ocurriendo en una Europa cada día más inestable, más capaz de darnos sorpresas como la muy reciente de los disturbios sociales en Suecia, esa nación a la que muchos consideran un paraíso helado. Estructuras anquilosadas como la de la partitocracia española, a la que la historia viene ahora a golpear desvelando tanto escándalo reciente, ya no tienen cabida en nuestro entorno europeo. Es cierto: desde el principal partido de oposición nos lo recuerdan casi cada día; pero, aunque es cierto que algo se mueve en el PSOE, lo hace para que el partido sobreviva a sus actuales cuitas y vuelva a su época de ‘grandeur’. Una ‘grandeur’ a la que, por su parte, en el PP están tan acostumbrados –¡en apenas año y medio!– que ya nos dicen que es preciso que nada cambie para que todo siga igual, porque las cosas van muy bien. Lo dicho: se están colocando todos los cartuchos para dinamitar el actual ‘statu quo’, que tan bien les ha funcionado a algunos. Tan, tan bien que son incapaces de ver que este juego se está acabando, porque alguien, gente que no es de ‘la casta’, viene por ahí: se llaman votantes, están absolutamente desencantados y buscan algo nuevo. Y uno, que es un optimista inveterado, siempre anda por ahí, confiando en que ‘esta’ semana, otra más, registre algún paso de quienes nos representan en la buena dirección. Y otra semana, y otra…
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