Apuesto mil millones por una operación en Africa

Jamás se me ocurriría denigrar un viaje oficial al extranjero de un presidente de mi Gobierno, sea este el que sea: creo que todos pueden ser, bien enfocados, de suma utilidad, y doy por descontado que siempre se acusará, con cierta ligereza, al jefe de Gobierno de turno de ‘escapismo’ de los problemas locales. Pero, dicho esto, me permito expresar un cierto escepticismo acerca de los resultados del viaje que este martes inicia Pedro Sánchez a tres países africanos, de los cuales al menos dos son clave en la llegada de migrantes ilegales a las costas españolas, especialmente las canarias: Mauritania y Senegal. De nada han servido visitas anteriores ni inversiones que luego son utilizadas ‘a su modo’ por los gobernantes locales, y conste que no estoy hablando directamente de corrupción, que es algo que en parte desconozco, sino de otras maneras, claro que radicalmente distintas, de encarar las migraciones: no es la misma sensibilidad la del puerto de llegada que la del puerto de partida.

Si lo miramos desde un punto de vista puramente crematístico, y no estratégico ni solidario, habría que decir que las migraciones ilegales a España van a costar a las arcas del Estado, solo en las próximas semanas, más de mil millones de euros. Quinientos de ellos son los prometidos (y qué menos) por Sánchez al presidente canario, Fernando Clavijo, cuando, por fin, se entrevistaron en Canarias esta misma semana. Unos trescientos millones más irán a parar a Mauritania y cerca de doscientos, se calcula, a Senegal, sin que me haya sido posible recabar información concreta acerca de Gambia, un país con el que España solo mantiene una mínima representación diplomática (la embajada está en Senegal) y escasas relaciones comerciales, y a donde viajó el ministro de Exteriores, Albares, en junio, prometiendo reforzar la cooperación que ya presta allí la Agencia Española AECID.

No constituye ningún secreto que se trata, primordialmente, de frenar la llegada masiva, cada vez más preocupante, de migrantes ilegales a España, concretamente a las costas canarias, en un momento en el que el Gobierno trata de llegar a un acuerdo con el Partido Popular para facilitar el ‘reparto’ de los inmigrantes menores por todas las Comunidades. Algo que provocó hace más de un mes la ruptura autonómica entre el PP y Vox, que sigue siendo partidario de fórmulas ‘duras’ para los ‘sin papeles’.

El tema, acaso el mayor problema de futuro para España y para una Europa que no parece demasiado atenta a esta cuestión, amenaza con ser un quebradero de cabeza político y humanitario de primer orden, habiéndose más que triplicado la llegada de inmigrantes ilegales a España en los últimos diez años: en 2024 llegarán, se calcula, algo más de sesenta mil.

Pero tanto España, donde las cuestiones territoriales derivadas del pacto de los socialistas con ERC amenazan con provocar un tsunami político, jurídico y judicial casi inédito, como el resto de Europa, en pleno reparto de poder de comisarios y donde cada cual se mira el ombligo de sus problemas, y todos hacia la sangría en Ucrania, parecen ajenos. Y eso que algún especialista ha llamado al ‘auge migratorio’ «el comienzo de la segunda caída del imperio romano», sin que sean necesarias explicaciones más prolijas para aclarar este concepto, que estalló definitivamente en el siglo V d.c, cuando el emperador Rómulo Augusto fue depuesto por el rey germano Odoacro, dando paso a la Edad Media. Pero obviamente no es el sentido de la Historia lo que más caracteriza a los actuales gobernantes europeos, ya digo que embebidos en más acuciantes e inmediatos duelos y quebrantos. Y juegos de tronos.

Digo que el viaje de Sánchez, a quien a su regreso aguardan, como todos saben, graves cuestiones, es necesario porque no se pueden dejar desatendidas las ‘partes locales’ del problema, ocupándose tan solo de la angustia provocada por la llegada de miles de inmigrantes, más que mirando a las causas en su origen. Pero también muestro cierto escepticismo, y ojalá me equivoque, porque, tras tantos años y tantos intentos, el problema no solo permanece, sino que aparentemente se agrava: visité Nuakchot, la capital mauritana, en 2010, acompañando un viaje sorpresa del entonces ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos. Ví cayucos y pateras, pintados de brillantes colores, almacenados en las playas, dispuestos a zarpar. Y así, hasta la visita a Mauritania de Pedro Sánchez hace siete meses, acompañado de Ursula von der Leyen, cuyos resultados positivos no hemos podido, hasta ahora, comprobar.

Y nada: todo sigue aparentemente como cuando, en 2007, el entonces ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, viajó a Mauritania, Gambia y Mali tratando de establecer talleres y enclaves turísticos que creasen puestos de trabajo en aquellos países, evitando las migraciones, tan costosas también, y sobre todo, en vidas humanas. Siempre interesado en esta cuestión, conocí detalladamente aspectos de aquel viaje, una buena idea en principio, en el que mi mujer cubría la información para la agencia Efe. Hubo promesas, desembolsos efectivos, bastante tesón inicial en el desarrollo de acuerdos precarios* y luego, muy pronto, todo volvió a sus orígenes.

Me parece, independientemente de cómo estén las relaciones entre el Gobierno y la oposición –que obviamente, a tenor de las últimas declaraciones por ambas partes, no están nada bien–, que es este un tema de Estado que lógicamente requeriría algún acuerdo de reforma de la Ley de extranjería y en el reparto de los menores que llegan no acompañados. Insisto en que no se trata solamente de una cuestión económica, sino de pura humanidad. Y de puro realismo: la historia de las gentes es la historia de las migraciones. Y ahora, y aquí, esa historia se está acelerando y va a ser muy difícil frenarla. Por eso, independientemente de cómo nos caiga el gobernante en concreto, creo que hay que desear un éxito, ahora incierto y difícil, en la visita que Sánchez inicia esta semana al África que desconocemos. Y sí, este éxito bien valdría mil millones, y más.Copiar al portapapeles

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