ASánchez le va mal en las encuestas. Y en las apuestas, aunque…

Por encargo de una publicación extranjera, pregunté a varias decenas de asistentes al 40 congreso del PSOE qué pensaban de un posible pacto con Bildu para que los socialistas mantuviesen el gobierno. Más de un setenta por ciento se manifestaron, algunos muy radicalmente, en contra, coincidiendo, por cierto, con el repudio mostrado entonces por el propio Sánchez a la coalición ‘abertzale’. Claro que eso ocurría el 17 de octubre de 2021; veinticuatro meses y toda una vida han pasado desde entonces. Estoy convencido de que, si el secretario general del PSOE convocase ahora a su militancia a una votación (y pienso que es probable, casi obligado, que ello ocurra), sus tesis para lograr la investidura, incluyendo lo de Bildu y lo de Junts, alcanzarían un respaldo superior a ese setenta por ciento que antes, cuando nadie pensaba que Otegi era un aliado necesario, lo rechazaba. Así de volátil y coyuntural es la política española, que olvida con facilidad las hemerotecas.

Por eso mismo, desconfío de las encuestas y de las casas de apuestas, que nos ofrecen, parece, a un Pedro Sánchez a la baja. Las encuestas ya se sabe que son una fotografía de un momento: me cuentan que conoceremos algunas en los próximos días que indican un leve ascenso del Partido Popular, aunque permanece como oculto, y un leve descenso del PSOE, aunque Sánchez está omnipresente, o tal vez por eso en ambos casos. Vox sigue bajando y Sumar, que se mantiene estable, me dicen, acusa sin duda los vaivenes en su interior provocados por un Podemos que se disuelve grano a grano, pero no sin tensiones.

En España, como ocurre en la mayor parte de los países, los votantes, contribuyentes y los consultados en los sondeos están más influenciados por la subida del precio del aceite, que bate récords, del azúcar, de la gasolina, del pescado o de los combustibles que por las cuestiones relacionadas con la pureza democrática. Tenemos una inmensa capacidad de adaptar a lo cotidiano lo que antes, pongamos por caso el nombre de Arnaldo Otegi, o el de Carles Puigdemont, era inaceptable, y me remonto apenas a los tiempos, este martes se cumplen dos años, de aquel congreso socialista en el que Sánchez, triunfador absoluto, se abrazaba a Felipe González, que por allí andaba; quién te ha visto y quién te ve.

Tengo casi más confianza en lo que dicen las casas de apuestas que en esas encuestas que registran que la opinión pública, y a veces también la publicada, es una veleta. Y las apuestas, hasta donde conozco, muestran –como la que mantiene Betfair– una tendencia a no creer que Sánchez pueda ser investido pronto: 1,8 a favor frente a 2,0 en contra de que la investidura fuese antes del 31 de octubre. Ahora, la fecha de una posible investidura se ha colocado –la ha colocado Puigdemont, por boca de su representante parlamentaria Míriam Nogueras– casi en el límite del 27 de noviembre, algo que sin duda viene bien a los apostadores y a quienes los alientan. Cada declaración adusta de Junts tiene su reflejo en esa particularísima Bolsa: conozco a más de uno que se arruinará pagando cenas si Sánchez, al final, agobiado por las exigencias de Waterloo y por las tensiones internas, no tira la toalla y da paso a unas elecciones generales.

Pero la sensación en los círculos políticos, en los catalanes y en los madrileños, es que hay mucha acción de comunicación y propaganda, mucha impostación, tras las tomas de postura de unos y otros. Es posible que la investidura esté ‘casi’ hecha, dicen en esos cenáculos. Sánchez, como, por cierto, hizo Felipe González con el referéndum de la OTAN, contando con la inapreciable colaboración de José María Calviño, padre de la actual vicepresidenta primera, maniobra como nadie en esas tierras movedizas para cambiar el sesgo de la opinión en la calle. Ignoro si ha llamado ya a Puigdemont, como sí llamó a Junqueras, o si piensa llamarle en las próximas horas o en los próximos días: le llamará, y conste que me parece hasta lógico. Otra cosa es en qué términos discurra la conversación.

Porque la relativa normalización de la ‘cuestión catalana’, cosa imposible según el dictamen de Ortega y Gasset, pasa, en todo caso, por el retorno del prófugo, su encarcelamiento, su enjuiciamiento y luego, si procede, su posterior indulto, que ya tiene precedentes en otros casos del ‘procés’. Sánchez no puede, simplemente no puede, si no quiere convertirse en el blanco de la pública abominación, seguir dando esa imagen de sometimiento a las posiciones algo chulescas –véanse bien las fotografías del encuentro del viernes– de alguien como la señora Nogueras, que es la portavoz de Waterloo en el Congreso de los Diputados. Quizá por eso las casas de apuestas siguen pensando, en un porcentaje bastante sorprendente, que la marcha atrás todavía es posible, aunque no sea probable, simplemente porque Sánchez es mucho Sánchez, interprételo usted como quiera.

Copiar al portapapelesImprimir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *