Hace tiempo que estoy convencido de que en la sociedad actual, mucho más democrática y libre obviamente que ‘aquella’ de entonces, películas como ‘El verdugo’, ‘El cochecito’ o, claro, ‘Bienvenido míster Marshall’, serían difícilmente realizables. Y, desde luego, en absoluto subvencionables por el entramado que ahora controla la señora Sinde, y otros antes y sin duda después que ella. Lo digo porque estoy algo saturado de leer en titulares y escuchar en opiniones radiofónicas la comparación entre la visita de la canciller alemana y el argumento de aquella película inolvidable, llena de humor y ternura, de Berlanga, protagonizada por José Isbert. Y se me ocurre que la obsesión por la corrección política, unida al esnobismo, a la autocensura y a una cierta dosis de papanatería que nos atenaza, haría muy difícil, si no imposible, producir, filmar y comercializar en estos días un filme como aquel.
Porque ¿dónde cabe una película en la que todo el consistorio municipal está compuesto por hombres?¿Por qué un alcalde, encima con boina, y no una alcaldesa? ¿Y esa burla autonómica del sentir andaluz? Aún más: ¿a qué viene esa crítica a los intermediarios, encarnada en el inolvidable Manolo Morán? ¿No será una alusión velada y sectaria al ‘caso Gürtel’? Y, esperando como se esperaba a un ilustre extranjero, ¿por qué no se preparan los correspondientes pinganillos de traducción simultánea? Otrosí: ¿no se da en la película una imagen de derroche municipal, muy poco acorde con la imagen de austeridad que ahora se quiere transmitir? Para colmo: ¿está usted seguro de que no hay alguna imagen en la que sale alguien ¡fumando!? Seguro que tanta coña es para encubrir el problema de los parados…
Estoy convencido de que los censores municipales, autonómicos, de los partidos, de los gobiernos, de las instituciones, de los sindicatos –que no son, menos mal, aquellos brutales y romos del franquismo, pero que, al final, con sus tiquismiquis acerca-de-lo-que-conviene ejercen efectos devastadores–, encontrarían múltiples razones para encontrar inconveniente esta película. Nada, nada de subvenciones. Y mucho ojo a las intenciones del director, que no se sabe si es del PP o del PSOE.
Por supuesto, los tiempos actuales nada tienen que ver, menos mal, con aquel año de (des)gracia de 1952, cuando se estrenó la película. Pero han resurgido algunos de los viejos complejos, tan cañís. Aquí y ahora, al fin y al cabo, lo importante es siempre sacar el tono airado, llevar al máximo el complejo de inferioridad –hay que ver las cosas que se han dicho acerca de la visita de frau Merkel, que por lo visto ha venido a reñirnos, por díscolos y gastadores— y, sobre todo, nada de humor. Que el humor es propio de pueblos felices y seguros, capaces de reírse de sí mismos, y ahora hemos entrado más bien en la autocompasión que en el orgullo como nación, más bien en el gesto avinagrado que en la risa abierta. Ay, si Pepe Isbert levantara la cabeza…
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