Me exasperan aquellos que siempre andan matando al mensajero en un intento de callar a quienes debemos informar; me enferman quienes se aferran a lo políticamente correcto, a los tópicos, para comunicar las noticias desde la lejanía, huyendo de lo presencial, que, por cierto, es la mejor manera de hacer periodismo. Pero también me inquietan algunas derivas ‘amarillistas’ de unos periodistas que nos vemos obligados a casi todo por el ‘share’ o por aumentar los impactos que nuestros artículos reciben en los medios digitales. Y casi todo incluye, además de tirar la piedra lo más lejos posible de la realidad, convertirnos en tertulianos especialistas en listeriosis, en apagafuegos o en senderismo en la sierra madrileña. O en profundos conocedores de los intríngulis en Afganistán, cuando toca, o en el Estrecho de Ormuz, por poner apenas algunos ejemplos. Y lo de Blanca.
Confieso que algunas veces, estos últimos días, me he sentido casi enfermo ante algunas ‘informaciones’, que eran puras especulaciones, acerca de la salud mental, financiera, social, de Blanca Fernández Ochoa. Gentes que, sin la menor preparación, fungían de especialistas en psiquiatría, o en las lesiones que sufren deportistas profesionales en general y esquiadores en particular. O aquellos otros que se declaraban casi guías en parajes por los que no habían transitado en su vida. No sé si todo eso, las elucubraciones gratuitas –‘ellos’ querían tanto, decían, a Blanca, sin haberse encontrado con ella jamás–, mucho antes del informe de la autopsia, sobre las causas de la muerte de la infortunada y admirada Blanca, han contribuido a encontrar su cadáver o a esclarecer su fallecimiento. Creo que no. Pero, desde luego, a lo que todo eso no ha contribuido, ni eso ni la utilización del dolor de la familia, ha sido ni al sosiego de esta ni a proteger la intimidad que a todos, vivos o muertos, se nos debe.
Desde luego, no soy partidario de limitar de manera alguna la libertad de expresión. Faltaría más: llevo toda la vida luchando por preservarla, sobre todo en estos tiempos de involución. Pero creo –y soy el primero en hacerme la autocrítica—que debemos limitarnos a nosotros mismos la libertad de especulación gratis total y la libertad de ocultar nuestra desinformación. El circo mediático. Lo digo por el ‘caso Blanca’, pero me parece que la oleada sensacionalista, como el periodismo espectáculo, se extiende demasiado por nuestras playas. Ojalá esta fuese la última vez; temo que no. Blanca, descansa en paz…si entre todos te dejamos.
fjauregui@educa2020.es
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