Oiga, presidente, le rogamos que, desde Brasil o desde donde sea, arregle el entuerto que hemos montado en la Unión Europea, cuya nueva dirección está paralizada por culpa de la torpeza del Partido Popular, lo sé, y por la de los propios socialistas, empeñados siempre en afrontar las cosas a mamporros. ¿Que el señor Feijoo pone trabas a la designación de la vicepresidenta Teresa Ribera como comisaria de la Competencia en la Comisión Europea? Pues entonces vamos nosotros, los socialistas, y les lanzamos otro gancho a la mandíbula, vetando como comisarios al designado por los italianos de Meloni, Raffaele Fitto, y al otro super-derechista, el húngaro Oliver Verhelvi. Así, ya hemos logrado trasladar el permanente duelo a garrotazos en que consiste la política española a la Eurocámara y a la ejecutiva europea que pretende consolidar una persona tan competente por otro lado como Ursula von der Leyen.
La puerilidad de la política nacional deberíamos reservarla para lavar los muchos trapos sucios en casa. No puede ser que una desgracia como la DANA en Valencia y la mala gestión de la misma tanto por el Gobierno central como por el Gobierno autonómico solo sirvan para alimentar la confrontación, los fusilamientos políticos y las mutuas inculpaciones, en lugar de buscar conjuntamente las mejores soluciones para la reconstrucción tras tanto penar. Pero así está siendo, lamentablemente.
Sé que no soy el único que piensa que el veto de los ‘populares’ a Teresa Ribera, que para nada ha sido, desde luego, la más incompetente durante sus seis años y medio en el Consejo de Ministros de Pedro Sánchez, es un error. Me lo han dicho más de dos y más de tres dirigentes del PP. En privado, claro, que aquí quien se mueve no sale en la foto. Los desencuentros en la política interna de un país jamás deberían trasladarse a la política exterior, y menos cuando a la nación le conviene tener una ‘supercomisaria’ como la señora Ribera, que, por cierto, no sido quien ha desatado las fuerzas de la naturaleza ni puede considerarse la principal culpable de las desgracias ocurridas en el Levante, aunque haya muchos peros que ponerle a su (no) actuación.
Claro que hubo errores, en el presente y más aún en el pasado; claro que lo del Barranco del Poyo tendría que haberse solucionado hace décadas; claro que la Confederación Hidrográfica tendría que haber dado antes la voz de alarma; claro que Sánchez no debería haber dicho aquello de que ‘si quieren algo, que avisen’; claro que Mazón no debería haberse demorado tanto en su almuerzo famoso, claro que*
¿Y qué? ¿Es que vetando a Ribera o echando a Mazón van a resucitar los muertos, se van a acelerar las compensaciones por las pérdidas, alguien se va a sentir más contento y satisfecho tras lo ocurrido? Más bien yo diría que con la escandalera que estamos montando, aquí y en Europa, facilitamos las rencillas internas entre los ‘populares’ europeos, las ‘vendettas’ de Manfred Weber contra doña Ursula, que allá ellos, y las risas de más de un colega francés, italiano y alemán, que no acaban de creer en la puerilidad de ‘si tú me vetas a mi socialdemócrata, yo veto a tu ultraderechista’. Así no se juegan, a ver si nos enteramos de una vez, los partidos en ‘esta’ Europa.
Estoy casi seguro de que, al final, los entuertos se arreglarán y todo habrá quedado en un rifirrafe sin sentido, en el que tal vez tanto Ribera como Mazón, y todos los demás, claro, hayan aprendido a procurar tener más empatía con los ciudadanos que sufren (y también con los que no sufren, que el alejamiento nos afecta a todos) y a tener un poco más de sentido del ridículo. Lo que sí sé es que Europa, nuestra Europa, sin la cual nada seríamos, necesita construirse sólidamente ante lo que nos viene del otro lado del Atlántico, que debería ser, a estas alturas, lo que realmente nos preocupase a todos, no estos jueguecitos de patio de colegio de niños mal educados.
En serio, diga algo, presidente, aunque sea desde el avión oficial; haga algo, señor Feijoo, aunque sea desde el Congreso que este miércoles acogerá la bronca a doña Teresa Ribera, bastante lógica, por lo demás, por su escasa actividad ante la catástrofe natural más importante en décadas. Porque eso, lo del Congreso, es arreglar -es un decir– en casa las cosas de casa. Lo otro, exportar nuestros líos a una Europa que no entiende nada de lo que estamos haciendo, es un soberbio disparate en el que nunca deberíamos haber vuelto a caer: ya lo hicimos antes y la cosa, recuerden, no fue bien.
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