Te he descubierto como lectora de este blog, querida amiga, porqué tú misma me lo dijiste ayer en los pasillos del Congreso. Me honra –los periodistas, ya se sabe, somos unos ufanos ególatras y vanidosas; lo digo en serio– que alguien tan, tan importante como tú lea estas reflexiones, mías unas, y de gentes muy sensatas, bloomsburianas, las más. Esto se lo digo a mis compañeros del clan Bloomsbury –o de la generación del 2020, veinte/veinte, ya os hablaré a todos de ello– para que vean, para que veáis, que tanta literatura no cae en saco roto: hay gente influyente, que puede cambiar ‘algo’ –quizá no mucho; algo– nuestro mundo y que nos lee atentamente.
Me temo que también –esto, querida amiga, no me lo dijiste, pero lo voy intuyendo a través de algunas frases que discretamente me dejas caer cuando nos topamos por el Congreso– te duelen algunos de estos comentarios. No, no me parece que, excepto algunos de los habituales –pienso en Corbmari, por ejemplo, pero no solamente en él–, seamos un grupo que pueda definirse como antigubernamental, pero ¿cómo ser férreamente progubernamental y seguir presumiendo de pensamiento independiente?
Me parece que la mayoría de nosotros, aunque hablo, claro está, solo por mí, creemos que Zapatero y su Gobierno son gentes honradas, incluso intelectualmente honradas –es más difícil esto que no meter la mano en ningún sitio, que, por supuesto, tampoco–. Y, a la vez, equivocadas en muchas cosas. Desastrosamente equivocadas. Mira, querida ******: seguramente nosotros no tenemos todos los datos, quizá ni la mayoría, pero esto no es un arcano, ni un club en el que solamente puedan opinar los informativamente tocados por el dedo divino; sufrimos las consecuencias, que es lo que importa.
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Ya sé que ni somos los únicos ni el pánico se generó aquí. Los británicos andan en llamas, los franceses hacen huelgas generales por tener que trabajar hasta los 62 –hasta rato les iban a hacer a los gabachos la mitad de las faenas que a otros más al sur–, que los alemanes se lanzan a la calle, a falta de razones más dolorosas, porque circula por allí un tren nuclear. Hay descontento y desconcieryto ante el fin del estado de bienestar, que llega. Pero aquí es aquí, y yo, hablo por mí, ya tengo algún familiar directo en el paro, para no citar a unos cuantos amigos coetáneos, condenados a poner fin para siempre a su vida profesional. Así que, pese a todo, tengo suerte.
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Pero, gracias a esa cosa de la Red y a tu enorme curiosidad intelectual, puedo hacerte llegar este grito –¿qué es un blog, sino un grito aislado, en el que me secundan, o me critican, o me alientan, o lo contrario, un grupo de esforzados amigos virtuales?–. Sé que a tí, a vosotros, os duele un estado de cosas que vuestro jefe, que es nuestro jefe, porque para eso preside legítimamente el Gobierno de España, está tratando de combatir, incluso a costa de sacrificar sus ideales, Merkel y Obama mandan. No basta: hay que evitar errores –el plan E, las dádivas universalizadas, el optimismo excesivo –un poco siempre es recomenable–, el negar la evidencia. O decir cosas distintas a la realidad, que no digo yo mentir porque no pienso que mienta: simplemente, no se entera bien a veces. ¿Es esto inseguridad jurídica?
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Y de vosotros, los que estáis ahí, en la mesa mágica de los viernes, o en su entorno, ¿qué decir? Pues eso: que la mayoría hacéis lo que podéis, que dais una sensación de cierto desconcierto, de casualidad más que de causalidad. Buena gente, con buenas intenciones, con mayor preparación de la que a algunos/as se os achaca, que, por lógica y sociología, deberíais tener mucha mayor sintonía con la gente corriente de la que en realidad ahora tenéis.
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Me alegro de tener la posibilidad de enviarte esta carta, porque no siempre es fácil dialogar cara a cara con quien tiene obligaciones mucho mayores (siempre he pensado que el primer error de políticos y periodistas ‘pluriocupados’ es que no nos dejamos ni un minuto libre para pensar. Ni para escuchar lo que los otros tienen que decirnos). Ojalá esta carta, que no quiere ser, no puede ser, un catálogo de lamentos, ni un disparo al aire, fuese el comienzo de un camino: todos los gobiernos han pretendido siempre mantener una diálogo abierto con la ciudadanía. Nunca lo han hecho, por mucha línea caliente que establezcan desde La Moncloa. Por muchas razones, entre ellas la de preguntarse, inveitablemente: ¿quién es la ciudadanía?
Yo no me arrogo representación alguna, ni menos la del colectivo de periodistas, un subgénero de vida con el que tantas veces estoy, como español, como persona, como periodista, en profundo desacuerdo (menudo espectáculo estamos dando). No tengo más título que el de ciudadano particular. Que, eso sí, tiene este blog, tan modesto, tan semiclandestino, tan…¿de clan, bloomburiano…? Y que tiene la enorme satisfacción de tenerte como lectora cualificada, imagino que ocasional. Jopé, que tú me escuches, que leas estas líneas, me parece ya lo más importante que puedo hacer, que podemos hacer este grupo de chalados que aspiramos a un país mejor, más justo, más tolerante, más libre.
Un saludo y ¿hasta el miécoles de control que viene?
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