Carta a un colega
Se me ocurrió, tras ver un informativo en una televisión, criticar que los informativos y programas estén ofreciendo una programación algo ‘blanda’, independientemente del estado caótico en el que vive el país. Algún compañero, muy estimado por mí por otra parte, me acusa de no ver los telediarios de su cadena (son los que más veo, por cierto) y de mentir. Bien, voy a olvidar esto último, que debe ser fruto de la extraordinaria tensión que todos vivimos en estos momentos, y más quien tiene que dar la cara todos los días ante millones de personas.
Expresar una opinión, en el sentido de que algunas ‘teles’ –y muchos otros medios, por cierto—‘reblandecen’ una realidad durísima no me parece que en absoluto sea mentir. Ni atacar a mis compañeros, cosa que difícilmente hago en general, salvo en casos que nada tienen que ver con la profesionalidad que, por supuesto, atribuyo a quien tanto se ha molestado por mis tuits. Me considero con derecho, tras cincuenta años de ejercicio profesional, a proclamar lo que me parece que ha de ser el periodismo que a mí me gustaría, faltaría más. Creo que los compromisos, más o menos autoimpuestos, para desdramatizar las cosas, surgidos, supongo, de la mejor voluntad, llevan a veces a edulcorar una realidad que ya va siendo más que dramática: asfixiante.
Comprendo que hay que dar atención al Gobierno, que está en posiciones muy difícil en solitario. Pero pensar –y decir—que este Ejecutivo, y quien lo encabeza sobre todo, no siempre nos han dicho la verdad no es alinearse con el PP, al que he criticado en infinidad de ocasiones, ni, menos, desde luego, con Vox, que es partido que me parece que no dice más que irresponsabilidades.
Y no, informar con la crudeza que yo creo no es emitir más o menos imágenes de ataúdes; centrar ahí el debate, como algunos han hecho, me parece una supina frivolidad. Como lo es enmascarar en curvas estadísticas el número de muertos, sin rostro, sin nombre.
He expresado muchas veces mi respeto a la información de la televisión estatal, rechazando las acusaciones genéricas de que sea gubernamental. Y me sentí muy orgulloso de colaborar con ella mientras allá estuve, en diferentes etapas profesionales de mi vida. Ahora me hallo en otra y me he impuesto como parte de mis obligaciones ser crítico con los que me parece que debo serlo, independientemente de que coincidan más o menos con las cosas en las que yo creo; para mí, la libertad de crítica ese una parte esencial de la libertad, y no solo de la de expresión.
Me gustaría, en suma, encontrar algunos contenidos menos ‘bucólicos’ en las pequeñas pantallas. Tengo ejemplos que oponer a los que el por otra parte muy digno presentador de telediarios me presenta como garantía de objetividad. Siempre hay ejemplos para una cosa y la contraria: no quiero hacer listados. Pero, si se me presiona a ello, diría que he echado de menos puntualizaciones a, por ejemplo, algunas de las medias verdades, o inexactitudes totales, vamos a llamarlas así, vertidas por el presidente del Gobierno en su última comparecencia parlamentaria, el pasado jueves. O algún comentario destacado a la intervención de la portavoz socialista, Adriana Lastra, que tanto ha hecho para boicotear ese tan necesario pacto de La Moncloa –o de donde sea–, que, por otro lado, de manera tan precipitada, a mi juicio, rechaza Pablo Casado.
En fin, tampoco me voy a poner a minutar ahora cuántas entrevistas se conceden a unos o a otros, o cuantas apariciones se le dan a, por ejemplo, el vicepresidente del Gobierno y cuántas a determinados personajes de la oposición. Esa es tarea que corresponde al Parlamento, más que a un modesto periodista ya casi ‘en la reserva’.
Lamento mucho los enfados. Creí que, entre nosotros, aceptábamos que la crítica sirve para mejorar. Y estamos en unos momentos tan, tan graves para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos que creo que deberían aprovecharse todas las contribuciones, por mucho que nos duelan, para alentar un debate mejor sobre cómo tapar los enormes boquetes que nos van a aparecer bajo el casco. No quiero que esto se transforme en una pelea entre colegas: para pelearse ya están nuestros representantes.
Así que, si me lo permites, un abrazo fraternal. Yo seguiré en lo mío y tú, en lo tuyo. Cada cual, confío, tratando de hacerlo lo mejor que sepamos y que podamos.
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