Concluyo mi estancia en Panamá y, al abordar el avión de regreso de Iberia, me encuentro con un editorial de El País con e que estoy bastante de acuerdo. Se titula ‘celebración incompleta’ y se refiere al, a mi entender, desastre que están resultando las celebraciones del bicentenario de las independencias de las naciones americanas.
De acuerdo: la celebración de los bicentenarios de las independencias de las naciones iberoamericanas se están celebrando de manera a veces casi clandestina, en ocasiones con una fanfarria sin demasiado contenido real, casi siempre de manera aislada, país por país, y sin el menor sentido de pertenencia a un mismo continente: no hay una celebración global, unitaria. Se diría que, contra lo que realmente ocurrió en un proceso en el que los llamados libertadores, los héroes que han pasado a la Historia, pensaban en un solo e inmenso territorio, dos siglos después han ganado los particularismos. Escribo desde Panamá, donde me encuentro en visita de trabajo, que es casi un país ‘neutral’ en medio de los conflictos y querellas bilaterales localizados en América; un alto funcionario de la Cancillería panameña asegura compartir mi opinión de que tales conflictos están impidiendo la realización de la idea de una gran América al sur de Río Grande.
Dirigí, hace algunos meses, un congreso de periodistas iberoamericanos, celebrado en la localidad cántabra de Comillas y centrado en torno a la entonces inminente celebración del bicentenario de la independencia de los países de América Latina. Ya entonces me percaté de que México pretendía hacer ‘su’ celebración de manera aislada, lo mismo que Ecuador, Bolivia, Argentina, Colombia, Venezuela, Perú o Chile, por poner algunos casos; nada de celebraciones multilaterales, conjuntas. Parecería que se trató de empresas distintas, y que personajes como Bolivar o San Martín, por poner solamente un par de los más destacados ejemplos, se limitaron a luchar en un solo país, sin una idea panamericana.
Y me percaté igualmente de que España, la España oficial, tampoco parecía demasiado interesada en participar, como uno más, en unas conmemoraciones que, desde hace ya muchos años, no entrañan ni sentimientos negativos ni lamentos por la pérdida de lo que fueran llamadas ‘colonias’. Todos mis interlocutores, desde el ministro de Exteriores Moratinos hasta el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, se mostraron interesados, entonces, en unas celebraciones ‘de participación’ y jamás ‘de confrontación’.
Pero son acaso demasiado vastos los intereses españoles por el mundo, estando la diplomacia de Zapatero, como está, agobiada por las presiones económicas de la Unión Europea, por los conflictos –aunque de bajo voltaje—con Marruecos, por la necesidad de acercarse cada vez más a Obama, aunque sea al precio de mantener los soldados en Afganistán más tiempo que los demás aliados… Demasiados ejes, ya digo, en los que fijarse como para ocuparse también de los bicentenarios, admiten algunos funcionarios del Ministerio español de Exteriores, de donde se acaba de extirpar, por razones presupuestarias, la Secretaría de Estado para Iberoamérica, englobándola en una supersecretaría ocupada por el eficaz diplomático Juan Pablo de Laiglesia.
Y, sin embargo, América Latina sigue siendo primordial para los intereses españoles. Lo he podido comprobar una vez más en Panamá, a donde las empresas constructoras españolas, faltas de contratos en su tierra natal en estos tiempos de eurocrisis, acuden presurosas, lo mismo que a otros países americanos, a buscar negocio. Igual ocurre con la telefonía, las grandes cadenas hoteleras, los principales bancos, las empresas energéticas y hasta los seguros: nunca como ahora España necesitó a América, por mucho que los responsables políticos españoles se resistan a darse cuenta de ello. Y probablemente nunca como ahora América necesitaría a España como aglutinante de los intereses iberoamericanos ante Europa, ante los Estados Unidos. Temo que estas múltiples, demasiado dispersas, conmemoraciones de los bicentenarios hayan sido una oportunidad perdida para estrechar esa comunidad de intereses de un conjunto de países, los inberoamericanos, que tanto tienen en común. Empezando por la lengua y, claro, por la Historia.
Hablo de todo esto con alguno de los aompañeros que han viajado conmigo a Panamá –gentes como José Antonio Sentís, José Antonio Vera, Chema Crespo, Rafa de Miguel, Esther Esteban, Esther Jaén, Anna Grau, ‘Chani’Pérez Henares, Félix Puebla, Charo Zarzalejos, entre otros– y se muestran de acuerdo. Alguno no percibo que alguos se muestren demasiado interesados por estas conmemoraciones, dado que los priodistas españoles, yo el primero, seguimos empeñados en un preocupante ombliguismo. Y así nos va: con la cantidad de oportunidades que nos brindaría una efectiva comunidad iberoamericana…
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