La gente pasa página durante las breves vacaciones de Semana Santa, pero después retoma un libro lleno de incertidumbres y que ni siquiera está acabado: se escribe día a día. Por eso, cuando en una radio me preguntan esta mañana por mis pronósticos para la nueva, inmensamente trepidante, era que se abre tras la Semana Santa, comienzo advirtiendo que en el país de lo imprevisible hacer previsiones es insensato. Pero, acuciado a hacerlo, y con los datos que obran en mi poder, me arriesgo a hacer un quíntuple vaticinio:
Primero, en el País Vasco, donde las elecciones se celebran en tres semanas, se dará una coalición entre el PNV, que incluso puede tener algunos votos menos –no muchos menos, en cualquier caso—que Bildu, y el Partido Socialista de Euskadi, que seguramente ni suba ni baje mucho respecto de los últimos comicios. Un pacto de gobierno entre socialistas y Bildu sería impensable, por las consecuencias que ello tendría en el resto de España, donde aún, contra toda lógica, pero sin embargo lógicamente, sigue pesando el fantasma de ETA. Bildu quedaría como un líder de la oposición poco vociferante, dedicado a fortalecer su alternativa para el día de mañana. Y también a demostrar lo mucho que el País Vasco ha cambiado: ni un veinte por ciento de afanes independentistas quedan en el electorado, según el Euskobarómetro, pero la desafección sociológica hacia lo que representa ‘Madrid’ se incrementa, también según los barómetros de opinión. Y ello se reflejará, según los sondeos, en que ni treinta de los setenta y cinco escaños del Parlamento de Euskadi estarán ocupados por representantes de fuerzas no nacionalistas.
Segundo, en las elecciones catalanas puede ocurrir de todo. No sé si ni siquiera Pere Aragonés, el president de la Generalitat actual, sabe muy bien a día de hoy en qué parará todo esto, aunque lógicamente no pueda manifestar sus dudas. En mi apuesta radiofónica me atrevía a decir que la solución más razonable para el nuevo Govern sería un pacto entre el PSC de Salvador Illa –ganador, según las encuestas actuales, y atención, que digo actuales—y ERC, dejando en la oposición a Junts+Puigdemont. Pero los resultados de las urnas y las muchas circunstancias imprevisibles que puedan surgir harían saltar por los aires esas previsiones, lo mismo que la toma de posición final de formaciones que mantienen actitudes difícilmente comprensibles (al menos para mí), como la de Ada Colau.
En cualquier caso, la campaña de Puigdemont no ha hecho sino comenzar, y es la más imprevisible de todas. No creo que el ex president de la Generalitat se atreva a dar pasos en el vacío, penetrando en territorio catalán antes de que se formalice su amnistía, pero me faltan –a todos nos faltan, en realidad—datos fehacientes para sostener esta afirmación. Y de ahí se derivarán múltiples consecuencias, incluyendo el mantenimiento o n o del apoyo de Junts al Gobierno central de Pedro Sánchez. En ese sentido, las elecciones catalanas son mucho más, y eso solo no sería ya poco, que unas elecciones catalanas: el futuro Gobierno central se juega el 12 de mayo.
Tercero, las elecciones europeas de junio estarán marcadas por un ascenso de la principal opción conservadora, el Partido Popular, y un descenso de casi todos los demás, comenzando por PSOE y Sumar, que, cada uno por su lado, cosecharán unos probables decepcionantes resultados. Las formaciones de carácter nacionalista no escalan posiciones, lo mismo que la ultraderecha de Vox, que puede experimentar un severo retroceso, acorde con su desconcertante trayectoria. Ello hace que, en la confrontación bipartidista, nunca del todo relegada, el PP pueda llegar a creer que, en esta suerte de elecciones primarias, una victoria poco discutible le anticipe éxitos en los comicios legislativos, que se celebrarían…¿cuándo?
Cuarto, Pues las elecciones generales, que pondrían fin a esta tempestuosa Legislatura, dependerán, en su más pronta o más tardía convocatoria, tanto del resultado de las elecciones catalanas y del efecto de estos resultados como de los indicios que arrojen las elecciones europeas. Y de otros factores ajenos a las urnas, claro, como la actividad de los jueces en torno a la formalización de una amnistía que permitiese a Puigdemont instalarse en la política catalana con normalidad, ocupando una posición en la política según lo que indiquen las urnas, que ya he dicho que pueden ser muchos factores distintos y distantes. Pero interrelacionados.
Hoy por hoy, escandalice o no a los círculos políticos en Madrid, Puigdemont es el único que habla claro sobre sus intenciones de futuro, y lo que adivinamos de lo que será su campaña hasta el 12 de mayo parece un camino acertado para sus intereses: la mayor notoriedad va a ser la suya. Y sus intereses no tienen por qué ser los de Pedro Sánchez, que cada día que pasa ve en el ex presidnt de la Generalitat un enigma, y quizá un enemigo, más evidente.
Quinto, Mi apuesta personal es que Pedro Sánchez, si todo lo que puede salirle mal sale mal, con los jueces, una parte de la opinión pública, al menos once autonomías, el Senado y varias instituciones en contra, habrá de disolver las Cámaras antes de mediados de 2025, convocando nuevas elecciones que arrojen un poco de sosiego a la vida política nacional o que, al menos, traiga desasosiegos diferentes. Ello rompería un ‘statu quo’ ya bastante deteriorado por el cuarteamiento del socio principal del Gobierno central, Sumar, y también por el creciente distanciamiento respecto de Junts y de su principal inspirador, Carles Puigdemont, que, para La Moncloa, se va convirtiendo más en un problema que en una solución.
Sin Presupuesto para este año, con sus alianza debilitadas y agitadas, con un patente desgaste por la gobernación de los últimos seis años, con algunas instituciones en franca rebeldía, me parece prácticamente imposible que el resiliente Sánchez pueda aguantar la Legislatura hasta su término formal, en 2027. Y esta es, hoy por hoy, la gran apuesta para el nuevo tiempo que comienza este mes de abril y que se prolongará hasta ¿cuándo?
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