Fernando Jáuregui
Hemos leído y escuchado miles de comentarios sobre el resultado de las elecciones europeas, en España y en el resto de Europa. Así que le haré la gracia, estimado lector, de evitar convertir este recuadro en uno más a sumar a la pléyade. Me limitaré a decirle que, cuando todos aseguran haber ganado, es que todos pierden –el PP, porque lo quería convertir en un plebiscito y no le ha salido, aunque sea el vencedor; el PSOE, porque, simplemente, ha perdido, y su competidor le saca setecientos mil votos; Vox, porque sus correligionarios en Europa han obtenido resultados más abultados; del batacazo de Sumar y Podemos no hace falta que dé explicaciones, y los separatistas, excepto Bildu, se han pegado también un castañazo considerable.
Así que, si han perdido los que aspiran a representarnos, y encima ha irrumpido en el escenario ‘europeo’ un partido gamberro, que es como se denomina a estos antisistema fanatizados para los que la fiesta es que se acabe la fiesta, algo habremos perdido nosotros también, digo yo. Porque el único hombre público al que le importaban poco los resultados de estas elecciones es quien, con todo, sigue teniendo las riendas de lo que vaya a pasar en este país, o, al menos, eso cree. Y ese hombre se llama, claro, Carles Puigdemont.
Resulta que Puigdemont, junto con Pedro Sánchez –que ya va tardando en dar explicaciones de cómo queda Europa y España, a su juicio, tras este 9-j— y Yolanda Díaz –inconcebible que no estuviese allí en la noche electoral para respaldar a su candidata en horas bajas–, fue uno de los pocos líderes que no salió a hablar en una noche electoral en la que, por cierto, su partido, Junts, sacó un muy mal resultado. Pero Puigdemont sabía, sabe, que su calendario particular comenzaba este lunes. Cuando, tras una clamorosa desobediencia al Tribunal Constitucional –¿sin consecuencias?—se constituía la Mesa del Parlament que nace como un claro desafío al Estado: y ahora ¿qué?
Lo de Puigdemont es la negociación subterránea a base de algo que estoy a punto de calificar como chantaje, especialmente a su ex aliado Pedro Sánchez: si no contribuyes a hacerme president de la Generalitat, relegando a Illa –que, por cierto, fue quien ganó las elecciones catalanas y las europeas en Cataluña–, te retiraré el apoyo de los siete diputados de Junts en el Congreso y así, más temprano que tarde, caerás.
Se sabe que, en medio de la falta de transparencia más clamorosa, las fuerzas independentistas, Junts y Esquerra, negocian a cara de perro para impedir que Illa sea investido como president de la Generalitat y forzar una repetición de elecciones, que, quién sabe por qué, Puigdemont confía en ganar por unas u otras vías.
Sigo convencido de que Puigdemont nunca llegará a retornar al Palau de la Generalitat como molt honorable president, pero qué duda cabe de que este no retorno tendrá consecuencias. De momento, de hecho ha concluido el pacto del PSOE ‘sanchista’ con los secesionistas. Y Sánchez, que tiene enfrente a los jueces –ya se lo demostraron este lunes–, a una mayoría de los medios, a una mayoría del empresariado, a varios colectivos profesionales y que, de acuerdo con los resultados electorales, tiene un frente –aunque desunido—de oposición de ocho millones de votantes, un país partido en dos, sabe que tiene que ensayar otros caminos.
Quizá no, como Macron, convocando ya unas elecciones generales que a España, por cierto, le hacen moralmente falta. Pero sí comportándose de manera menos ‘frentista’ que hasta ahora: hay que olvidar la vergonzosa campaña electoral vivida. Porque la ‘coalición Frankenstein’ está muerta, porque sus coaligados de Sumar tendrán que ir separándose de él para no ser un apéndice del PSOE que va de fracaso en fracaso, regalando votos al ‘padre’. Está muerta porque, ahora más que nunca, ya no podrá sacar adelante ni un proyecto de ley importante si Puigdemont y Esquerra no quieren, y es muy dudoso, a estas alturas del juego, que quieran. ¿Se puede seguir así toda una Legislatura, nada menos que hasta 2027, aferrándose al hecho de que la derrota en estas elecciones del pasado domingo no ha sido tan abultada como el propio PSOE preveía?
Ignoro, francamente, hacia dónde vamos tras las elecciones europeas, que nada podían, por su propia naturaleza, haber resuelto en el plano interno, porque nosotros no somos Francia, ni Bélgica, ni Italia: tenemos un problema territorial que, para su suerte, ninguno de los demás, ni siquiera Bélgica, tiene. Y es esa cuestión la que siempre aflora y decide nuestro destino. Sánchez, hasta ahora, hay que reconocérselo, ha logrado, a trancas y barrancas, ir ‘conllevando’ orteguianamente el irresoluble problema catalán. Ahora tiene que sacar a relucir unas aún no demostradas condiciones de estadista para jugarse el tipo, por supuesto sin ceder al chantaje que le plantea un Puigdemont que, habiendo perdido todas las elecciones, aún sigue creyendo que las ha ganado. O al menos actuando como tal. Basta ya.
fjauregui@educa2020.es
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