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Tres años van de entonces hasta ahora. Las cosas, como se ve, han cambiado no poco…
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El primer ministro francés, Jean Castex, que no da un paso sin consultar con el presidente Macron, ha recomendado públicamente a los vecinos galos que se abstengan de visitar Cataluña este verano. Dado que los aragoneses andan como andan con el coronavirus y que en el resto de España, pese a las pasadas invitaciones a hacerlo, parece que Cataluña no es precisamente el destino turístico principal, es de temer que los catalanes vayan a pasar las vacaciones veraniegas muy solos. Con el consabido desastre para la hostelería y el sector hotelero, que acapara casi la mitad de los ingresos veraniegos de la autonomía. Al fin independientes. Perdón: quiero decir, claro, por fin aislados.
Hay que ser muy ciego, muy sectario o muy fanático para no colgar del pecho del molt honorable president de la Generalitat, Quim Torra, la medalla de oro a la incompetencia. Mucho de lo que ocurre es culpa de su mala gestión, que llegó hasta asegurar que si la extensión de la pandemia es en Cataluña mayor que en el resto de España es porque no es aún territorio independiente. Ha colocado los intereses de ‘su’ independentismo por delante de los de la salud y la economía de los catalanes, ha sido profundamente insolidario a la hora de compartir datos ‘con Madrid’ , inepto para proteger la seguridad de playas y ciudades, rematadamente insensato al anunciar que no irá a la reunión de todos los presidentes autonómicos en los que se hablará de los fondos europeos.
Prefiere Torra que el Parlament ‘repruebe’ al rey Felipe VI a que en la cámara legislativa (que no legisla) se debatan las posibles soluciones a la crisis del virus. Elige una política de tierra quemada a la vista de su probable inhabilitación en septiembre (menudo mes); antepone sus intereses y los de su ausente mentor a los de los ciudadanos a los que teóricamente representa.
Y, para colmo, junto con este mentor, Carles Puigdemont, ha organizado un inmenso caos político con el apoyo al nuevo partido del fugado en Waterloo, el hombre que quiere, este otoño, disputar la presidencia de la Generalitat al preso Oriol Junqueras, a quien presumiblemente el Supremo privará en breve de los beneficios del tercer grado penitenciario. Bueno, todo eso será si se pueden hacer las elecciones este otoño –el 4 de octubre es la fecha más señalada– , lo que tampoco está claro dadas las estrictas medidas que habrá que poner en práctica para atajar los enormes rebrotes de la enfermedad.
¿Puede Pedro Sánchez, en estas condiciones, retomar mesa de diálogo alguna? Claro que no. Primero se tendrán que poner de acuerdo entre las fuerzas independentistas catalanas sobre cuáles son sus últimas metas y cómo proceder a negociar con el Estado. Ya no sé qué tiene que ocurrir en Cataluña para que los catalanes se harten definitivamente de la gestión a la que son sometidos, de tanto envolverse en la estelada y en el lazo amarillo para disimular corruptelas e incompetencias. Europa, esta semana, nos ha dado una muestra de por dónde van a ir las cosas en el futuro, y ese futuro ni de lejos pasa por crear nuevas repúblicas independientes.
De momento, Torra ha conseguido ofrecer a los catalanes un atisbo de lo que sería su independencia: el primer paso, el aislamiento, ya es un hecho. Al menos, durante este verano de dolor para tantos comerciantes, trabajadores y pequeños y medianos (y grandes) empresarios. Enhorabuena, molt honorable: la medalla de oro a la incompetencia, en un país donde el título está muy disputado, es suya.
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