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(estos dos tienen que entenderse, y me parece que ya lo están haciendo, aunque uno tenga aún mayoría absoluta y el otro esté a punto de entrar en la absoluta minoría. Es lo que tenemos)
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La verdad es que, con la vista puesta en la corteza del árbol, no podemos ver el árbol, y menos aún el bosque. Los acontecimientos diarios, algunos sucesos que son auténticas tragedias, la estupidez y la mala educación de algunos políticos en campaña –sí, hablo de Oriol Pujol y sus procaces palabras sobre el PSC, por ejemplo—nos apasionan, llenan nuestros titulares y, de alguna manera, nos velan una perspectiva de futuro. Y, sin embargo, el futuro está ahí, aguardándonos. Y, mire usted por dónde, hay gente que, sigilosamente, lo pavimenta, convencida –yo también lo estoy—de que el futuro será mejor que este presente algo miserable, raquítico y malhumorado.
Me consta, por ejemplo, que en el principal partido de la oposición se mueven fichas para que la noche del 25 de noviembre, cuando se conocerán los resultados de las elecciones en Cataluña, no sea la noche de los cuchillos largos y de las cachiporras sólidas. Y me consta, asimismo, que en el gobernante Partido Popular planean la manera de ‘echar una mano’ –vamos a llamarlo así, porque la explicación en pocas palabras no es sencilla—a Alfredo Pérez Rubalcaba ya desde el día después de las elecciones catalanas, que clausuran todo período electoral hasta dentro de dos años y medio. Un período que, alejado de peleas de sal gorda, puede, por tanto, ser fecundo para que los socialistas cicatricen heridas y se procuren vestimentas más lucidas. Y para que los ‘populares’ reflexionen sobre los grandes cambios, políticos en primer lugar, económicos en segundo término, que se hacen imprescindibles aquí y ahora. Sí, ahora, y no dentro de unos meses o de unos años, muchas cosas que parecían asentadas tiene que cambiar, tienen que seguir cambiando.
He preguntado a algunas gentes lúcidas, conocedoras de la situación y con buena capacidad de análisis, por su pronóstico para el 26-N, tema sobre el que preparo un trabajo en profundidad para una editorial. Es decir, les pregunté no sobre cuál será el resultado de las elecciones, sino qué ocurrirá a partir de la jornada siguiente a la muy probable victoria en las urnas de Convergencia i Unió y, por tanto, de las tesis soberanistas de Artur Mas, que no tanto de su socio de coalición Josep Antoni Duran i Lleida. Las cinco personas a las que he interrogado en busca de predicciones para el futuro inmediato, dos pertenecientes a cada uno de los dos grandes partidos nacionales, otra a Unió, otra a UPyD y otra a Izquierda Unida, han coincidido sorprendentemente en los siguientes puntos, según mi resumen personal:
-Es cierto que existen contactos entre el Gobierno y el PSOE para llegar a reformas de calado, por ejemplo en la Administración. Y esos contactos se ampliarán en busca de otros acuerdos, como parece reclamar la ciudadanía. Rubalcaba es la apuesta del Gobierno de Rajoy, y ningún otro posible –pero improbable– líder ‘emergente’ del PSOE, por mucho que ahora Carmen Chacón asome la cabeza en busca de protagonismo.
-Existen algunos indicios de tibia recuperación de la economía, que facilitarán el acercamiento, aunque 2013 no va a ser, definitivamente, un buen año. Todo lo contrario: el ‘sufrimiento controlado’ se va a prolongar aún bastantes meses.
-La huelga general de dentro de diez días no va a ser precisamente un éxito, pero servirá a los sindicatos, que tienen tantas batallas perdidas y no quieren, responsablemente, que las calles españolas sean las de Grecia, para justificarse ante el evidente descontento ciudadano.
-Los nacionalistas vascos se comportarán de forma moderada. “Urkullu no es ningún tonto ni actuará nunca como lo ha hecho Mas”, me dijo mi interlocutor nacionalista catalán. Pero tampoco Mas, incluso teniendo en la mano la mayoría absoluta que le pronostican algunas encuestas, irá tan lejos como ha parecido que pretendía hasta ahora. Habrá, por el contrario, un cierto, ordenado y silencioso repliegue en algunas posiciones que hasta ahora son extremadamente ‘duras’.
-Se abre la era de la negociación. Frente a los nacionalismos exacerbados, frente a la oposición, frente a los sindicatos…y frente a Europa, que esa es otra. En este sentido, la responsabilidad que recae sobre los hombros de Mariano Rajoy, forzado a convertirse en estadista, es tremenda. Simplemente, no puede cometer errores, ni puede cometerlos su partido, el PP. No queda nadie sino él sobre el terreno de juego O de lucha.
-Habrá, en estos dos años próximos, reformas de calado. En la legislación básica –y posiblemente se inicien también en la Constitución–, en los planteamientos territoriales, en la Administración, en lo laboral, en las estructuras bancarias y en la lucha contra el fraude, entre otros aspectos. Todo ello plantea que la España que afrontará las elecciones generales en 2015 –porque las previsiones se centran en agotar la Legislatura—será bastante diferente no ya a la de hace un año, sino incluso a como es actualmente, tras los cambios –que no ‘el Cambio’—introducidos por el Gobierno Rajoy.
Mi conclusión, y la de la mayoría de mis interlocutores, a la vista de todos estos puntos, no puede ser sino optimista, cautamente optimista, si tenemos en cuenta la mala situación de la que partimos. Pero, naturalmente, para cumplir las moderadas predicciones de algunas gentes que están ya procurando ordenar el futuro, lo primero será partir de diferentes premisas en el presente. Me dicen, y quiero creerlo, que en las conversaciones que mantienen Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba sobre los seis puntos precedentes, y sobre el descrédito que las encuestas muestran hacia la clase política, hay mucho de voluntad de acercamiento y de replantearse agravios del pasado. Saben que no es solamente su propia supervivencia política lo que está en juego.
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