A mi primo Ignacio le debo algunas reflexiones, algo desbaratadas, en estos ocios veraniegos. Y es que él me regaló el libro de Leonardo Padura ‘El hombre que amaba a los perros’, una magnífica novela en la que se relata una pretendida intrahistoria sobre el asesinato de Trotsky. Las reflexiones sobre el origen del comunismo ‘duro’, en el que milité en años muy mozos –aunque ya no era tan ‘duro’ y Stalin ya era calificado de genocida, mientras Carrillo se abría al eurocomunismo–, me han hecho pensar mucho acerca de dónde estamos ahora políticamente. Y, aprovechando que acaba de pasar mi sexagésimo cumple –manda carallo–, miro hacia atrás y pienso que pocas vidas, como las de mi generación, la del cincuenta, han sido tan ricas en conocimiento de acontecimientos ajenos a las guerras: irrupción de la televisión, transición a la democracia en España, caída del muro y de cuanto representaba, irrupción de Internet y del teléfono móvil (nos han cambiado la vida de manera radical)…
Hemos pasado de la dictadura perfecta y asesina, luego imperfecta, es decir, la de Franco, a la democracia imperfecta que necesitamos ir perfeccionando –porque nunca es perfecta–; quienes llegamos a militar, aunque tan colateralmente como yo mismo, en aquel PCE caótico pero que tanto poder subterráneo controlaba en la España franquista, éramos víctimas de demasiadas faltas de libertad, de lecturas acaso no escogidas por nosotros mismos: mucho ‘¿Qué Hacer’?, mucho Antonioni, mucho intento de leer ‘El Capital’ (nunca lo logré del todo: soy lo que Cortázar llamaba «un lector hembra»)…y muy poca lectura realmente formativa ni, menos, divertida.
Todo ello, me parece, ha dado lugar a una generación escéptica, parte de la cual, sin embargo, sigue acumulando hoy mucho poder (Rubalcaba, José Enrique Serrano, Bono, María Teresa Fernández de la Vega, Elena Salgado, MoratinosGabilondo, María Emilia Casas, Pedro J.Ramírez, andan, creo, bordeando o ligeramente sobrepasando esa generación de los cincuenta). Pero ya creemos en muy pocas cosas –¿será cuestión de la edad?–, al menos inconmoviblemente. ¿Cómo creer, cuando tantos dogmas en los que se apoyó nuestra juventud se nos han derribado, cuando resulta tan difícil deslindar la izquierda descafeinada de la derecha que ha dado la espalda de hecho, aunque no oficialmente, a una de sus principales señas de identidad, la catolicidad?
Bueno, que todo ello, a partir del estimulante libro de Padura, me lleva a poner en orden algunas reflexiones y vivencias, y me dedicaré a escribirlas por aquí, para luego tratar de recopilarlas en un libro de vmemorias que ya un día me pidió un editor (antes tengo que fabricar el segundo volumen del ‘Zapaterato’: el primero ha sido sobre el fin de ETA, el segundo será sobre el fin del Zapaterato). Y es que no hablo de mi caso particular, sino del de una generación de gentes a las que, en general, conozco bastante bien y que acaso necesiten, ellas, sus antecedentes y sus consecuentes –ahora llegan a la cúpula los que nacieron en los sesenta– , de un retrato demorado.
Deja una respuesta