Creo que el 78 ha muerto…O una buena parte, al menos

Jornada de puertas abiertas en el Congreso de los Diputados. Colas de gente para ver el hemiciclo o el techo que holló una bala de Tejero cuando el 23-F. Algunos diputados recién nombrados y no estrenados departen con algunos visitantes…Lo mismo de siempre, en un marco cada vez más extraño: todos están en funciones, menos los bedeles y los periodistas que por allí andamos. Todos pendientes de una investidura que, de una vez, solucione la muy larga y preocupante crisis política en la que estamos instalados, pero –hablé con más de dos decenas de personas–, en el fondo, temiendo que esa solución no llegará, o será la peor posible.

En las colas preguntan por el pasado, por figuras desaparecidas: ¿dónde se sentaban Rubalcaba, Guerra, Fernando Abril? ¿De veras en los tiempos de Peces-Barba se fumaban puros en los escaños? De pronto me golpea una convicción: hemos enterrado el pasado. Hemos acabado con los consensos labrados en 1978, cuando se aprobó la Constitución. Aquella época nada tiene que ver con esta, y no precisamente porque ya no dejen fumar en los lugares públicos, ni porque los periodistas tengamos ahora menos acceso a Sus señorías, ni siquiera porque la actualidad haga necesaria la reforma de buena parte de nuestra legislación. Es que ni los periodistas son los mismos ni, desde luego, lo son Sus Señorías.

Cuando veo que la palabra ‘consenso’ va, como ‘transversalidad’ o ‘pacto de Estado’, camino de la papelera de reciclaje comprendo por qué el Parlamento ha perdido su sagrada misión. Hoy, suponiendo que funcionase con normalidad –lo que no ocurre desde hace cuatro años–, el recinto del Legislativo sirve apenas para la bronca, para dar ruedas de prensa a veces sin admitir preguntas y para que los diputados entren en el edificio altaneros, con la mirada fija en el horizonte para no ver los micrófonos que les preguntan: por qué diablos tendrían ellos que dar explicaciones sobre lo que hacen y no hacen. Y sí, me refiero también, fundamentalmente, a esa negociación tan poco transparente entre los socialistas que ganaron las elecciones y los de Esquerra Republicana de Catalunya que tienen que ayudarles, vaya usted a saber cómo y a cambio de qué –nunca nos enteraremos del todo, se lo advierto–, a ejercer el poder.

Conste que no hablo solamente del Gobierno. También de otros líderes políticos que no aparecen en público sino para lucirse, que no escuchan el clamor de la ciudadanía ni el de cada ciudadano en particular, que cambian de opinión como de camisa, que piensan que somos rematadamente tontos, que creen que todo lo hacen por el pueblo, pero lo hacen sin el pueblo. No sé si las buenas gentes que acuden a las puertas abiertas en la Cámara Baja –es lo único abierto en la política española, por cierto. Y solo durante dos días al año—perciben el hermetismo, el alejamiento de esos eres marcianos que se sientan, cuando se sientan, en los escaños. Me preguntan en una radio por el ‘espíritu del 78’: “creo que se ha muerto”, respondo; “lo que no sé es qué es lo que ha venido a sustituirlo”. Ya sabe usted: cosas de viejo periodista.

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