Toda crisis económica prolongada acaba conllevando una crisis política. Y, por supuesto, acaba costándole el puesto al gobernante que ha tenido que sortear las dificultades de una mala coyuntura, cuyos peores perfiles son, naturalmente, los del desempleo y el empobrecimiento relativo de una parte sustancial de la población. Zapatero lo sabe y tengo la impresión de que está dispuesto a cumplir su contrato hasta 2012, ni un día más. Dudo incluso de que se presente como candidato a las próximas elecciones generales. No de otra manera puede interpretarse su actuación, algo desganada, distante, en el debate sobre el estado de la nación que concluyó el pasado jueves.
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El Zapatero que yo ví ya no era el optimista antropológico, aunque reverdeció algo de estas esencias en su discurso ante el comité federal de su partido este sábado. El Zapatero que yo intuí era un hombre que se disculpaba, naturalmente sin hacerlo explícitamente –los niveles de autocrítica de la clase política siguen siendo inexistentes–, por tener que aplicar unas medidas que van frontalmente contra el programa con el que concurrió a las pasadas elecciones. El Zapatero que yo escuché en el debate seguía al pie de la letra la consigna que él mismo ha impartido a sus colaboradores: hay que decir que estamos dispuestos a quemarnos electoralmente por haber puesto en marcha las medidas que convienen a España. El parche, antes de la herida en las urnas.
–¿Dónde fue Rajoy?–
Claro que desde el principal partido de la oposición la réplica no fue tan contundente, constructiva, ilusionante, como debería haber ido. Y Mariano Rajoy volvió a deslucir su actuación con el mal broche final de su ausencia, plenamente injustificada, en el segundo día del debate, que es cuando intervienen los grupos ‘menores’. Tenía a su merced al inquilino de La Moncloa y le dejó, decían muchos titulares, irse vivo.
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–Montilla, el oportunista–
¿Cómo extrañarse, ante este panorama de cierta dejación, de que oportunistas como el presidente de la Generalitat catalana, José Montilla, se descuelguen pretendiendo ganar el ‘tour’ del nacionalismo, al frente de banderas independentistas y con el discurso ambiguo que le caracteriza? Zapatero, que no puede enfrentarse frontalmente a los socialistas catalanes, ha tenido que contemporizar, a la espera de que en su reunión del miércoles con Montilla ambos logren aplazar la enorme (y falsaria) crisis abierta tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatut: hay que enterrar las desavenencias…al menos hasta noviembre, que es cuando presumiblemente se habrán celebrado las elecciones catalanas. Y va a ser Zapatero, o/y el PSOE, quien cargue electoralmente con las culpas de Montilla, por la falta de firmeza de Ferraz y Moncloa a la hora de condenar la a mi juicio inaceptable actuación del president de la Generalitat catalana.
Todo ello puede que distraiga algunas atenciones, cuando esta próxima semana en las Cortes se quiere dar carpetazo a la reestructuración financiera, que tan extraños compañeros de cama está haciendo entre las cajas, y hasta a la reforma laboral, que pasará por su primer trámite parlamentario. Es decir, que la crisis económica, tras tanta filigrana parlamentaria, sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso, imprevisible, inabordable.
–Reforma de la Constitución, sí–
Por ello mismo, porque la economía está intratable y depende de muchos factores que, desde luego, la clase política no puede ni sabe solucionar –excepto ilusionando a la sociedad civil, cosa que ya se ve que no ha ocurrido–, sospecho que seguiremos oyendo hablar de malabares políticos. Como la reforma de la Constitución, nuevamente puesta sobre la mesa ahora por Montilla, pero antes, en su importante discurso en el debate sobre el estado de la nación, por Duran i Lleida. Es, sin duda, un tema importante, nada baladí, que no puede despacharse sin más como ‘cosas de los políticos catalanes’, como he escuchado en algunos círculos capitalinos. Nada de eso: es, más bien, cuestión a abordar ya sin prisas, pero sin pausa, para que el tejido de esta buena Constitución, pero hecha más de tres décadas atrás para salir de una dictadura y descentralizar España, no acabe reventando por las exigencias de la realidad.
Pero, claro, los políticos tienden, lo mismo que las instituciones y la sociedad civil, a desentenderse de los problemas de fondo, porque bastantes problemas hay ya en la marcha cotidiana. Y, así, el resultado es ese debate sobre el estado de la nación, que más bien debería llamarse sobre la coyuntura de la nación aquí y ahora, pero sin pensar en el mañana, que ya llega, implacable.
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