La semana que comienza debería ser la del fin del caos. Vivimos cabalgando en la incertidumbre, en una cierta angustia. Tratando de normalizar nuestra situación dentro de la absoluta anormalidad que supone un marco de estado de alarma, de toque de queda y todo ese lenguaje bélico que poco a poco nos va ganando. Ignoramos cómo serán de duras esas próximas semanas de cuyo rigor nos avisan desde el presidente del Gobierno hasta el último de los virólogos que pueblan nuestras televisiones. ¿Desentrañaremos algo de nuestro futuro inmediato cuando este lunes se reúnan, para ver hasta dónde llegará el rigor en las restricciones a las libertades, los presidentes autonómicos con Sánchez y hasta con la presidenta de la Comisión Europea? Y es que urgen aclaraciones, que las cosas queden claras de verdad, sobre nuestro porvenir: el sanitario, el económico y el social. Y el moral.
Las preguntas urgentes que nos hacemos todos son muchas. También en el ámbito político, naturalmente. Para mí, la primera de esas preguntas es cuándo se encontrarán el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, superando una anomalía inédita en Europa. Creo que podemos intuir que el clima mejorará tras la sesión parlamentaria de la pasada semana, que, ya era hora, aclaró muchas cosas respecto de las posiciones del Partido Popular. Algo tiene que ocurrir tras el nacimiento de una nueva estrella en nuestro firmamento político, porque no creo que sea precisamente una estrella fugaz.
Ahora es Sánchez, que aún no ha telefoneado, parece, a Pablo Casado para empezar a hablar del primero de los muchos temas pendientes, la renovación del poder judicial, quien tiene la pelota en su tejado. No es solo el tema de los jueces, claro: los Presupuestos están ahí, llamando a la puerta, y pienso que sería nefasto que, en estas circunstancias casi extremas, las cuentas del Estado respondiesen exclusivamente a un ‘pacto Frankenstein’, del que media España se sintiese excluida.
Porque ahora los Presupuestos lo impregnan todo, incluyendo las relaciones con la UE y, claro, las del Gobierno central con las autonomías, unas relaciones que se desarrollan en un ambiente cada día más complicado, y no solo por cómo afecta la pandemia a cada Comunidad. Qué duda cabe de que, cuando todo esto termine, que terminará, habrá que definir un nuevo esquema de relaciones en el Estado autonómico y de financiación de ese Estado. Pero eso es algo en lo que, hoy por hoy, nadie parece estar pensando aún; todo se improvisará, como siempre ocurre.
Ya digo que uno tiene muchas cuestiones –seguro que usted las comparte—que alguien, y no solamente desde La Moncloa, debería aclarar de manera mucho más amplia que en una de estas extrañas ruedas de prensa presidenciales. Todo, desde la extraña fuga de Leopoldo López de la embajada española en Caracas, hasta determinadas posiciones de nuestra diplomacia en Bruselas y en el presuntamente cambiante Estados Unidos post-Trump, está sujeto a la ya habitual falta de transparencia de nuestra Administración. Y eso, como comentaba al comienzo, es algo que habría que empezar a resolver de una vez: insisto en que esta semana, porque se nos va acabando el tiempo, debería ser la que marca el principio del fin de ese caos en el que tenemos una sensación creciente de habitar.
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