Sabido es que Mariano Rajoy presume de no leer los periódicos –más allá de los deportivos, claro; así que debe de estar en la gloria en estos días olímpicos, que él aprovecha para pasear, como cada verano, por Ribadumia con su amigo José Benito, el muy discreto marido de Ana Pastor–. Pero, si los leyese ahora que está regresando a Madrid tras trotar por la ‘ruta de pedra e auga’, se enteraría de que los editoriales le exigen bastante más de lo que ha hecho: papeles concretos, ofertas tangibles y revolucionarias. Y, como, en cambio, me consta que Albert Rivera sí se lee casi todo lo que se va publicando, pues lo mismo: deben zumbarle los oídos con tanta presión –que en Ciudadanos atribuyen de manera casi exclusiva a ‘sectores conectados con el PP’—para que, esta misma semana, cuando se reúna con Rajoy, le dé el ‘sí’. Con condiciones, claro.
La verdad es que a uno resultaría difícil conectarle con sectores del PP, pero uno piensa, como muchos otros que no son ‘peperos’, que Rivera se halla ante la gran oportunidad de nuestra vida. No sé si de engrandecer Ciudadanos o transformar su formación en otra cosa, que ahora no es el momento de pensar en la salvación del propio partido –es en lo que todos piensan, sin embargo–. Sí, en cambio, es el momento de las exigencias: un negociador clásico no entendería jamás que, tras haber prometido apoyo en los presupuestos, en la lucha contra el déficit, en una reforma educativa y en no sé cuántas cosas más, ahora Rivera no concurra al encuentro previsto con Rajoy para esta semana, que se celebrará se supone que con poca publicidad y transparencia escasa, con una serie de planteamientos de altos vuelos, que le sitúen como adalid en esa regeneración de la que el documento ‘negociador’ de Rajoy habla tan poco: estado de bienestar, reforma impositiva, leyes laborales, legislación electoral, reformas de la Administración (incluyendo, claro, las diputaciones) y, claro, reforma constitucional. Una reforma que no significase, por cierto, una agresión frontal a los nacionalistas, que tampoco están las cosas como para abrir demasiados boquetes. Es decir, que concurra a la cita en Moncloa con muchos más puntos de reclamo que los que constituyeron el teóricamente aceptable acuerdo suscrito a comienzos del pasado mes de marzo entre Ciudadanos y el PSOE.
Menudo servicio haría Rivera a España si arrancase todo esto, y más, a Rajoy a cambio de comprometerse a cogobernar con él. Menudo avance en la carrera algo zigzagueante del aún muy joven Albert Rivera. Menudo favor a la integridad territorial del país, si las cosas se hacen de manera inteligente. Porque Rajoy tendría que tragar con todo esto, y más si cabe, incluyendo su propia presencia, a medio plazo –recuérdese que el PP tiene un congreso nacional ya demasiado pendiente– , al frente de la Presidencia del Ejecutivo y de su partido. El a veces inflexible Rivera tiene que dar paso ahora al astuto Albert: de él se pide ahora un paso de gigante para la regeneración a fondo de este país nuestro.
Aposté públicamente, desde una televisión, con el ‘número cuatro’ de Ciudadanos, Miguel Gutiérrez, a que, en un plazo aproximado de un mes, Ciudadanos habría concedido el ‘sí’ en una segunda votación de investidura a un Rajoy que, para entonces y merced a la negociación, ya estaría desprovisto de buena parte de su poder y se habrá acostumbrado a que ya hace tiempo que no tiene mayoría absoluta. Puede que pierda la apuesta…O no, que diría el mismísimo Rajoy. Confío en ganarla.
Y allá los socialistas si, con su abstención, no permiten un Gobierno al que apoyarían los ciento setenta escaños del PP, Ciudadanos y Coalición Canaria. Aunque tengo para mí, y no hay sino que leer algunas informaciones que llegan de Andalucía, de Valencia, de Asturias, de Aragón y hasta de Toledo –no hay declaraciones públicas de disidencia; sí, me parece, bastantes en privado–, que muchas cosas han de ocurrir en el Partido Socialista, que se ha quedado ya definitivamente alejado del partido de Rivera y al que un acuerdo PP-Ciudadanos dejaría como principal responsable de que se celebren o no unas terceras elecciones.
Estamos, en fin, ante un gran momento y ya no se pueden admitir demasiadas dilaciones. Rajoy tendrá que anunciar que, la gane o no, se presentará a la investidura, tendrá que abandonar sus vaguedades y sus miedos al Cambio y Rivera habrá de aprovechar todos los resquicios que ahora está dejando abandonados en manos de nadie. Creo que el país les pide a ambos un nuevo discurso político, que en nada se parezca al que hemos venido escuchando en las semanas y meses precedentes. Porque ese discurso nos ha conducido hasta esta catástrofe; luego algo deben de estar haciendo mal estos que aspiran a representarnos y que tan seguros están de que somos todos los demás, los representados silentes, los que nos equivocamos.
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