Horrorizado estoy, a mi regreso de una breve estancia por ahí, viendo las preelecciones francesas, de lo que ha sucedido, por fin, con las opas sobre Endesa. Al Gobierno le han metido un gol por toda la escuadra (pero ¿cómo no iban a acabar entendiéndose EON y Enel, con el tercero en discordia, el que más ha ganado con todo esto, satisfecho en la foto del pacto?). A los españoles, también, quizá incluso a los accionistas de Endesa, que tampoco han salido mal del asunto. Esto es lo que escribí desde Biarritz, y hoy sigo suscribiendo cada coma.
«La verdad es que no me parece que Manuel Conthe, el ya casi ex responsable de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, haya tenido una trayectoria demasiado brillante en el difícil desempeño de su labor, que dicen los exegetas. Pero ha tenido, al menos, el gesto de anunciar que dimite ante el desastre. Porque, para mí, desastre es el resultado algo impúdico del acuerdo de los gigantes europeos repartiéndose el botín largamente anhelado, mientras el rico intermediario, a quien esto de las eléctricas y el mapa energético importa un rábano, se hace más rico.
¿Que los accionistas de Endesa salen beneficiados? Eso es cierto, pero con ser esto mucho, no lo es todo como recompensa por una batalla que ha durado demasiado tiempo y nos ha dejado claras algunas cosas que tal vez sospechábamos, pero que ahora hemos podido certificar. El papel del ministro de Industria, por ejemplo. Me refiero a Montilla, que es una versión caricaturizada de lo que ahora hay, y que reina en la Generalitat tras haber impuesto su voluntad a la de Zapatero, nada menos; figuras como Montilla son las que me hacen renegar de una clase política que esta a lo suyo y no a lo nuestro, que teóricamente somos quienes les pagamos. Teóricamente, digo.
La ‘longa manus’ de la política ha ensuciado así el panorama económico, la trayectoria del Gobierno en este terreno, nos ha puesto a los pies de los caballos en Europa –atención, que ahora vienen los franceses, que han visto lo fácil que es hacerse con el botín en España– y se ha llevado por delante la credibilidad de los órganos reguladores del mercado. En especial, claro, la de la Comisión Nacional de la Energía, liderada por la montillista Maite Costa que no parece que haya tenido en todo este tiempo de zozobras, desde que comenzó apoyando sin remilgos la oferta de Gas Natural, allá por septiembre de 2005, el digno pensamiento de presentar su dimisión. Con la suya, muy mal ha dejado Conthe, tras sus últimas y discutidas decisiones, a la señora Costa. Si el presidente de la CNMV dimite –dejando a la teóricamente independiente comisión en manos del marido de una ministra, por cierto–, harto de parecer y ser una marioneta, ¿qué no debería hacer la señora Costa, responsable de tanto error y horror como hemos vivido, y cuyo simple recuento desbordaría los límites de este comentario?
Váyase, señora Costa, váyase. Se ha convertido usted en el símbolo de lo que no debería ser, de lo que nunca debió haber sido.»
Pues eso: que tenga un arranque de vergüenza torera, y que se vaya. Aunque acaso deberían irse otros con ella.
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