Déjennos, al menos, el derecho a la protesta

Lo sé: soy afortunado porque puedo alzar mi voz, y, aunque modesta, puede oírse en algunos rincones que, como este, me acogen. Por eso mismo, me permitirá, amable lector, que exprese mi alarma y hasta mi indignación ante los ataques sufridos por muchos de mis compañeros cuando el nuevo/antiguo líder de Vox, don Santiago Abascal, se refirió a ellos como “medios de manipulación”, lazando menos que veladas amenazas con denunciar a los propietarios de tales medios. A los que, por cierto, ni se permitió el acceso al cónclave en el que el señor Abascal fue elegido presidente del partido de la derecha radical.

Lo verdaderamente inquietante del caso no es que Vox se comporte con los periodistas –lo digo así, en general; no me valen las discriminaciones que en Vox se hacen entre ‘buenos’ y ‘malos’—como lo haría, lo hace, Donald Trump, no. Lo peor es que muchas de las cosas que el señor Abascal dijo en su mítin del domingo referidas a la prensa me sonaban idénticas a las que le he escuchado al líder de Podemos, hoy vicepresidente de mi Gobierno, en no pocas ocasiones. ¿Recuerda usted cuando se lanzó contra los medios de comunicación privados, aludiendo a quienes los financian, porque no le gustaba lo que decían?

Haciendo mía la frase atribuida a Voltaire, daría la vida para que una opción política de la que todo me separa, como Vox –o como Podemos, ya que estamos—pueda seguir expresándose libremente. Pero primero quiero estar seguro de que a mí también me dejan expresarme con semejante libertad. Y cada día me siento más cercado. Si le digo la verdad, añoro aquellos tiempos de la Unión de Centro Democrático, o los de aquella lamentablemente fracasada ‘operación reformista’ (sí, la de Miquel Roca y Antonio Garrigues en 1983), en los que el valor constitucional de la libertad de expresión, aun cuando algunos medios se excediesen o se equivocasen en su crítica, era un bien supremo a respetar. De los artículos de la Constitución, uno de los menos respetados hoy es, me temo, el 20; ya sabe, ese que recoge el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante el escrito o cualquier otro medio de reproducción.

No, no diré que cualquier tiempo pasado fue mejor; solo diré que es necesario regresar, en la materia de la que me ocupo hoy, a algunos valores propios y consustanciales de una democracia. A los tiempos templados y no vociferantes, al sonido de la moderación y no a los tambores de guerra. Y lamento mucho que algunos órganos corporativos de mi profesión no se hayan lanzado, indignados, contra lo dicho por el señor Abascal, cuyas ideas no puedo compartir ni, en este punto concreto, respetar. Y lo mismo sea dicho cuando es el peor Pablo Iglesias –lo hay también mejor, reconozcámoslo—quien lanza alegatos semejantes, creyendo que los medios públicos son suyos y que los partidos son propiedad particular de sus dirigentes. Y no: los partidos, a los que elegimos y a los que financiamos, son propiedad de los ciudadanos. Aunque no les hayamos votado, faltaría más.

fjauregui@educa2020.es

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