Sé que hay bastante gente que ha enviado whatsapps a Juan Lobato instándole a que no abandone la política. El podría hacerlo, porque tiene la subsistencia asegurada por vía de haber ganado en su día una oposición ‘de elite’. Comparto la esperanza de que no tire del todo la toalla. Me parece que en el Partido Socialista Obrero Español, que algún día fue el reflejo de la España más inquieta, moderna y autoexigente, hacen falta disidentes. Gentes que se muestren incompatibles con determinadas formas de entender la política, disconformes con las tácticas y estrategias de la confrontación por la confrontación. Gentes honradas, capaces de ir a los platós de televisiones y a estudios de radio poco amigas, que no rehúyen hablar con cualquier periodista, aunque sea incómodo. Y sí, esto lo digo cuando el 41 congreso del PSOE abre sus puertas, aparentando una normalidad inexistente en medio del oleaje.
No, Lobato no irá al 41 congreso socialista, cuya clausura, el domingo, será un aplauso triunfal para el nuevo/viejo secretario general, Pedro Sánchez, que logrará un apoyo de más del ochenta por ciento –me quedo corto, sin duda—de la militancia. Tampoco irá Felipe González, ausente por primera vez desde 1974 de un cónclave socialista: González, cuya trayectoria por el gobierno concluyó con más luces que sombras, pero también con sombras, refundó un PSOE que vivía en el exilio con escasa o nula actividad clandestina en la España del franquismo. Me parece muy grave que ni aquel ‘Isidoro’, ni Alfonso Guerra, ni otros personajes que hicieron nuevo el partido fundado por Pablo Iglesias en 1879, vayan a estar en esta ‘cumbre’, celebrada bajo el lema ‘Espàña adelanta por la izquierda’. Mal lema, precisamente cuando la izquierda vive lo que está viviendo, un tiempo de desasosiego e indefinición en esta UCOlandia –todos pendientes de los informes de la UCO de la Guardia Civil–, sin programas que vayan más allá de la ocupación del poder.
Por eso muchos, que creímos tibiamente en aquella socialdemocracia transformadora, miramos con escepticismo, y desde una cierta distancia –es la primera vez que no acudo a uno de estos congresos desde los últimos años setenta–, la celebración de este 41 congreso. Nos preguntamos cómo será el 42 y sabemos que será sin Pedro Sánchez. Y quizá con Lobato, y con Tomás Gómez, que fue ignominiosa e injustamente expulsado del partido cuando era, como Lobato, secretario general del Partido Socialista Madrileño . Y puede que, pese a que entonces tendrá una edad avanzada, también acuda Felipe González, quien, cuando le pregunté, el 23 de diciembre de 2021, cómo, a pesar de sus críticas a Sánchez, decidió acudir al 40 congreso que se había celebrado dos meses antes, me respondió, extrañamente: “porque, aunque no te lo creas, yo sigo siendo militante del Partido Socialista”. El viejo orgullo militante. Bueno, ahora también lo es y no acudirá, aunque creo que sí fue formal y poco cariñosamente invitado, a este cónclave sevillano.
Ver a Juan Lobato, ya dimitido secretario general de Madrid, entrar este viernes, con una carpeta bajo el brazo y nadie acompañándole, a los juzgados madrileños, es una meditación. Me gustaba, me gusta, el socialismo integrador, dialogante, de Lobato. Otros ‘disidentes’, que ya no militan, creo, en el partido, se han ido quizá ‘demasiado a la derecha’. O, al menos, eso dicen sus críticos, puede que con razón. Lo de Lobato es distinto y cada día más distante: una cuestión de estilos. Lo que este país necesita no es el permanente duelo a garrotazos, no esas sesiones parlamentarias broncas que desprestigian al Legislativo, no cónclaves secretos para okupar parcelas de poder, pongamos las teles oficiales como último ejemplo.
No, no me interesa demasiado, como ciudadano –sí, claro, como periodista—el congreso del PSOE. Va a ser un congreso defensivo, de ponerse la capucha ante la tormenta que les está cayendo desde muchos frentes, un desafío a la sociedad ‘que no nos comprende y nos odia’ más que de tender manos de integración. Cuánto me gustaría equivocarme, pero me parece que esto va a ser el ‘sostenella y no enmendalla’. Me han dolido las escasas muestras de adhesión –el castellano-leonés Tudanca y poco más—a alguien que, como Lobato, significaba un principio de convivencia entre dos Españas: no le han entendido ni en la derecha, que le exigía el harakiri, ni en ese mundo que dice que ‘España adelanta por la izquierda’, donde le consideran un traidor a no sé qué causa. Quienes a éste 41 congreso asisten no tienen idea, me parece, de cuánto va a cambiar este país nuestro de aquí al 42, se celebre cuando se celebre. Y eso es lo malo: que nadie está preparando ya ese 42 congreso, porque todos corren, resguardándose del aguacero.
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