(seguro que Rajoy, que no es una persona demasiado ambiciosa, es el primer sorprendido por su éxito)
Las primeras encuestas periodísticas del año siguen insistiendo en el desplome del PSOE –superado ya, parece, el ‘efecto Rubalcaba’—y en el crecimiento del Partido Popular. Si 2011 debe ser, de acuerdo con la mayoría de los indicios, el año en el que Zapatero anuncie su abandono tras las elecciones generales, también serán estos meses, lógicamente, el marco del ascenso de Mariano Rajoy por el duro camino que lleva a La Moncloa.
Lo más probable, en los escenarios que se dibujan de aquí a marzo de 2012, es que el líder del PP se convierta en el próximo presidente del Gobierno; incluso, si las elecciones se celebrasen hoy y se cumpliesen los vaticinios de los sondeos, el principal partido de la oposición alcanzaría la mayoría absoluta. O no, que diría el propio Rajoy con su relativista sorna galaica…
Falta aún bastante tiempo, por supuesto, y nada se puede predecir con exactitud en el cerrado, hermético, panorama político español. Pero pienso que hay tendencias imparables, y el enorme desgaste del partido gobernante y de quien lleva el timón parece muy difícil de restañar. La ciudadanía quiere, todo lo indica, cambio. Y ello explica que, pese a sus muy bajas cotas de popularidad personal, Rajoy aparezca mejor colocado que otros políticos mejor valorados a la hora de señalar quién ocupará el principal despacho monclovita.
Cierto: el PP resulta mucho mejor puntuado que su líder, pero Rajoy, indiferente a la veleta de los tiempos y a los propios contratiempos internos –el más reciente, el portazo del ‘histórico’ Francisco Alvarez Cascos, el último aznarista…exceptuado el propio Rajoy, por supuesto–, sigue imperturbable su sendero. Hay que reconocerle que ha sabido aguantar los pulsos de algunos de sus militantes, que ha centrado el PP y que ha impuesto el sentido común en la mayor parte de sus decisiones, aunque haya ocasiones en las que sus portavoces se extralimitan y se pierden en demasías.
Será Rajoy, si los propios flujos internos no lo impiden, el hombre del gran pacto entre las fuerzas políticas para arbitrar algunas importantes reformas a medio y largo plazo (cinco años, es el período fijado por Zapatero). Ese pacto estaría facilitado, desde luego, por la eventual desaparición de Zapatero de la primera línea de la política.
Está claro que Mariano Rajoy no entusiasma; que hay ocasiones en las que a sus propios seguidores les gustaría zarandearle para infundirle un poco más de ritmo. Pero también es cierto que no ha cometido deslices irreparables y que la prudencia, la honradez y la independencia han guiado sus pasos. Incluso entre sus íntimos se comenta que sería un mejor primer ministro que líder de la oposición. Este año, definitivamente, le va a tocar demostrarlo: es su año. ¿O no?
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