El año que se nos va y el que nos, glub, viene

Dado que esta columna de opinión mía no aparecerá por aquí hasta dentro de dos semanas, me siento obligado al ejercicio periodístico consistente en repasar lo más importante del año que termina –que ha sido, dicho sea de paso y salvo excepciones,  para olvidar—y anticipar algún pronóstico para el 2024 políticamente dificilísimo que se nos ha echado encima. Puede que nunca , en medio siglo de ejercicio periodístico, haya sentido que arriesgo más, tanto  cuando califico lo pasado como cuando trato de adentrarme en el futuro. Ahora mismo , todo está ya escrito, pero nada es descifrable. Porque el 2023 pasaron demasiadas cosas no previsibles, y en 2024 van a ocurrir muchísimas más aún, cosas que, en este instante, son  imposibles de calibrar incluso para quienes van a ser sus protagonistas.

 

Yo diría que 2023 sido el año en el que abandonamos definitivamente fórmulas que ya no servían para adentrarnos en soluciones sin testar y en recetas cuya composición no conocemos bien. Un año muy peligroso para las instituciones tal y como ahora están, comenzando por la forma del Estado y terminando con el poder judicial. Año en el que la separación de poderes ha sufrido un duro varapalo, lo mismo que la seguridad jurídica y que eso que podría llamarse la previsibilidad; en estos momentos, la opinión pública y publicada en España (y, por cierto, en Catalunya) está patentemente desorientada, esperando que ocurra cualquier cosa. Y ese es el gran tema: ¿qué esperamos que pueda ocurrir?¿qué es exactamente lo que queremos que ocurra?¿Qué es lo mejor, y lo peor, que podría sucedernos? Reconozco que carezco de respuestas definitivas y contundentes a estas preguntas.

 

Si hacemos una recolección de las fotografías de los últimos meses, tendríamos que incluir una de Puigdemont en el Europarlamento, pasando por delante de Pedro Sánchez sin detenerse a saludarlo: no quería ninguno de ellos la fotografía del acercamiento, que, de todas formas, tendrá que producirse dentro de no mucho. Y tendríamos que incluir, en el lado opuesto, otra de la princesa de Asturias jurando la Constitución, una ley fundamental sometida a una prueba de reconocimiento de actualidad: es obvio que hay que reformarla, como es obvio que hay que poner en marcha las dos mesas de diálogo político con las fuerzas secesionistas catalanas. O como es patente que, si lo que se quiere es mantener el actual statu quo, las dos fuerzas parlamentarias mayoritarias, la socialista y la popular, tendrían que entenderse en un diseño de futuro y quizá contra los actuales aliados de Sánchez, lo que hoy por hoy parece altamente improbable.

 

El resultado de mi ´álbum fotográfico’ del año , y de la previsión de las imágenes que nuestras cámaras televisivas y periodísticas captarán en 2024 arroja una ruptura importante con el ‘pasado del 78’. Veo a Puigdemont paseando por las calles de Girona aclamado por las gentes a su paso; veo a Sánchez cada vez más replegado sobre sí mismo, tan satisfecho de haberse conocido que es probable que descuide un poco el timón y deje de plantearse las grandes cuestiones que ahora se nos echan encima.

 

Siempre he pensado que ,a corto y medio plazo, la que ha dado en llamarse ‘cuestión catalana’ ostenta la primacía de las cuestiones a resolver políticamente en España como nación. Implica desde reformas constitucionales –más de una—a un compromiso de las fuerzas políticas nacionales mayoritarias para resolver conjuntamente los dos grandes temas pendientes: la definición de la territorialidad y la consolidación de la forma del Estado. Con esos dos grandes boquetes abiertos, que habrán de pactarse con el secesionismo catalán y con el vasco, la nave del Estado podría encallar en muchos momentos.

 

Ni se puede depender de Puigdemont para ejercer una gobernación medianamente reformista y regeneracionista en lo nacional ni se puede ignorar a la ‘otra España’ anclada en una oposición que, anclada en el pasado,  para nada pretende ese  regeneracionismo del que hablo y cuyo planteamiento creo que es absolutamente fundamental. Ni Catalunya puede pensar exclusivamente en Catalunya tal y como la conciben los planes (anunciados) de la Generalitat y Waterloo, ni España solamente puede ya concebirse en esa España que hasta ahora hemos conocido, replegada en sí misma y pendiente de recetas y soluciones propias de tiempos pasados.

 

Pienso que 2024 tiene que ser el año de soltar –que no cortar—amarras. Tan peligroso sería el salto en el semivacío para Catalunya como para el conjunto de España. Hay que progresar en las concepciones políticas, impulsadas por un Cambio en múltiples facetas de nuestras vidas, pero no tratar de empezar de cero. Entre otras cosas, porque no estamos partiendo de cero  –han sido bastantes los avances en la teoría política del país en los últimos meses, aunque se hayan dado de forma a veces caótica—ni tenemos claro el diseño final, si es que lo hubiere. Habrá que irlo construyendo, supongo.

 

Ante el nuevo año, pienso que tenemos que sentarnos todos a meditar, en esas horas perdidas de la Nochevieja en las que se hacen propósitos de futuro, conscientes de que las recetas absolutas, esas tan fanáticas que abominan de la equidistancia y de las moderaciones, no valen. Creo que ni Catalunya va a poder hablar en serio de independencia posible en mucho tiempo ni el conjunto de España podrá seguir concibiendo la Constitución, las costumbres de la gobernación,  la vida parlamentaria, la judicial, la supervivencia de los medios, todo tal y como está, durante mucho más tiempo. El Cambio, que afecta sobre todo a nuestras mentalidades, se está abriendo paso. Pero no estamos sabiendo, ni una parte, ni la otra, ni la otra, controlarlo.

 

Sospecho que 2024 va a ser un año más rupturista, pero no revolucionario,  que cualquiera de los otros cuarenta y cinco que le han precedido. Un año que va a requerir del esfuerzo conjunto de quienes, en las tres Españas –la progresista, la conservadora, la nacionalista–, quieren llegar a acuerdos duraderos.

 

Sí, ya sé que si usted se proclama ‘constitucionalista’ y nacional-nacionalista por esencia, o si se considera partidario de una República catalana a la mayor brevedad, no van a comprar mi mensaje, que es el de la supervivencia posible. Porque así como vamos (y advierto que para nada quiero dramatizar una situación que es, por lo demás, ya bastante dramática), ni una cosa ni otra prosperarán, y, por lo demás, de poco va a servir esa táctica, tan grata a Pedro Sánchez, de ir ganando tiempo en la alfombra roja del poder. Porque el poder ya no es lo que era ni nadie somos lo que éramos, y tiempo va siendo ya de comprenderlo. Solamente las naciones con un diseño definido tendrán sitio en el concierto mundial del inminente futuro, y ahora mismo ni España en su conjunto ni Catalunya en su particularidad tienen ese diseño ultimado.

 

Por lo demás, y pidiendo perdón por dejarle a usted estas reflexiones, un tanto genéricas sin duda  –y qué remedio– ,  en su cuaderno de deberes ante los propósitos del nuevo año, permítame desearle un muy feliz año, glub, 2024.

 

fjauregui@periodismo2030.com

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