Hay quienes parecen desear que se prohíba a los ex presidentes del Gobierno expresar sus opiniones, como si ellos carecieran del derecho a la libertad de expresión. Grave error: tanto Felipe González como José María Aznar tienen mucho que aportar al debate nacional en estos tiempos de zozobra y de quiebra de la moral colectiva. Otra cosa es que ambos se empeñen ocasionalmente en descalificarse a sí mismos acumulando sueldos en actividades privadas irritantes por diversos conceptos, mientras se ausentan de actos institucionales en los que tendrían que estar presentes. O que, también de cuando en cuando, tanto el ex líder socialista como el ‘popular’ se pasen de frenada en algunas de las cosas que dicen. Viene, desde luego, todo esto a cuento de la proclama que Aznar lanzó este viernes en León, un ‘aznarazo’ en toda regla que ha sacudido no pocos cimientos.
Ahí es nada, un hombre que ha gobernado durante ocho años este país y que, por tanto, ha tenido no pocas responsabilidades en lo que hoy sea o no sea España, diciendo que el actual Estado es “marginal” y, como tal, “inviable”. ¿Tiene de ello exclusivamente la culpa Zapatero? Probablemente no, porque la conducción del Estado de las autonomías, que es en lo que el ex presidente del PP basaba sus venablos, no es algo que se haya desviado en los últimos ocho años, ni que corresponda exclusivamente a los dispendios de los gobiernos centrales: ahí tenemos, como ejemplo más reciente, la inauguración, el pasado martes, de la ciudad de la cultura, en Santiago de Compostela, ideada por Fraga, que abre sus puertas monumentales tras una década en la que se ha más que quintuplicado el presupuesto inicial, sin que nadie parezca convencido de que esta carísima construcción faraónica sirva realmente de algo.
Cierto: tiene toda la razón, en mi opinión, José María Aznar cuando dice que esta nación no da para tener diecisiete instituciones (comunidades autonómicas) que hacen las mismas cosas. Y que esto tiene que ser reformado. Lo malo ha sido la forma tonante de expresar esta situación de alarma, que favorece poco, pienso, la débil situación española ante los inquisitoriales mercados internacionales. Pero sí, alguien tiene, en palabras del propio Aznar, que ponerle el cascabel al gato. ¿Un futuro Gobierno del PP, como dijo el ex presidente? ¿O un pacto de gran altura y generosidad entre los dos principales partidos, más los nacionalistas, como sugirió esta semana el portavoz de los ‘populares’, Esteban González Pons?
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Me parece que este pacto, cuya urgencia es tan sentida por los españoles, según demuestran las encuestas, no va a poder aguardar hasta que se celebren las próximas elecciones generales. Una alta personalidad del Gobierno central me reconocía hace algunos días la incapacidad del Ejecutivo para frenar el gasto autonómico, y más ahora que muchos presidentes de las comunidades buscan la reelección. Por eso mismo, el parón ha de ser brusco, sabiendo todos que va a generar sufrimientos y disfunciones, pero no tantas como si se mantuviesen las cosas tal como están.
Zapatero, que parece centrado ahora casi exclusivamente en lograr un pacto laboral y sobre las pensiones, así como sobre la manera de gestionar el futuro con la ‘nueva’ ETA de los comunicados, tendría, en mi opinión, que abrir una ronda de consultas con los líderes políticos –comenzando, desde luego, por Mariano Rajoy–, con todos los presidentes autonómicos, y buscar ese gran acuerdo –y si hay que pensar en reformar la Constitución, se piensa– que, me parece, nadie podría cabalmente negarle, ni siquiera ante la vecindad de las urnas. ¿Por qué no lo intenta, al menos?
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