El ‘caso Begoña Gómez’

Hasta donde me ha sido posible, he venido evitando, desde hace meses, escribir sobre el ‘caso Begoña Gómez’. Me han disgustado algunas faltas de respeto a la persona, merecedora de toda consideración incluso siendo la mujer del presidente del Gobierno, de la misma manera que me desagradan las muestras de fidelidad excesiva que le prodigan ministros y funcionarios cortesanos. Pero creo que algo que no tiene, a mi juicio, trascendencia penal, pero sí tiene mucho de falta de ética, estética y de moral, merece ab abordarse en un periódico cuando empieza a tener claras consecuencias políticas.

No se engañe usted: Pedro Sánchez tiene muy claro que saldrá de todas sus trifulcas políticas, llámense presupuestarias, hacendísticas o internacionales. Por supuesto que él sabe que Teresa Ribera, que este miércoles protagoniza una difícil comparecencia en el Congreso de los Diputados, acabará siendo nombrada comisaria europea, cediendo él en el absurdo juego n el que ha metido a la Comisión Europea, con la inestimable ayuda, claro, del PP. De la misma manera que me parece que está convencido de que sacará adelante su plan de reformas fiscales e incluso, cuando sea, los Presupuestos Generales del Estado. El milagro, con la ayuda de cesiones no siempre explícitas (ni convenientes para el país) a sus socios parlamentarios, siempre se produce, sobre todo porque los mentados socios prefieren a un personaje débil que está en sus manos, como Sánchez, a la incógnita de un Gobierno del PP respaldado presumiblemente por Vox.

Pero ahora el talón de Aquiles se llama Begoña Gómez. Sus manejos empresariales son de baja cuantía, sus incursiones en terrenos académicos que no le corresponden son aún más ridículos que aventurados, su presencia en foros internacionales, como el G-20 en Brasil, irritan a la imagen interna en España más que perjudican a la externa sobre España. Pero me aseguran que la mujer del presidente es un factor de sobresalto en La Moncloa, que tiene alterado al jefe del Ejecutivo y que le provoca, dicen viajeros a palacio, una sensación de inseguridad inédita en un ‘resiliente’ como él.

En este sentido, el ‘caso Begoña Gómez’ empieza a ser, en el fondo, el ‘caso Sánchez’. No porque, como en efecto ha ocurrido, el presidente tolerase actividades en Moncloa que no debería haber tolerado: es que el hombre en teoría más poderosos de España parece haber entendido que están, él y los incondicionales a sus órdenes, afrontando el ‘caso Gómez’ de manera errónea: disparando contra jueces y prensa. Se ha ganado gratuitamente enemigos irreconciliables, si es que no los tenía ganados ya.

Ignoro cuál es el futuro del ‘caso Begoña Gómez’; yo diría que, en la medida en la que la cosa no dé más de sí, y en la que algunos relacionados con el tema, como el empresario Javier Hidalgo, no cometan demasiados despropósitos, se irá desinflando. Pero la huella que este ‘affaire’ –teóricamente inexistente, en versión oficial—está dejando en el ánimo del máximo gobernante de la nación parece estar siendo especialmente profunda, por mucho que ambos aparezcan felices y radiantes en las fotos del G-20 junto a tantas mandatarios del mundo mundial, ella inmaculadamente vestida en tonos muy claros, que es algo que, con tantos asesores en el palacio presidencial, nadie podría pensar que es casual.  

De ninguna manera me las quiero dar de profeta, porque el vaticinio, cuando de Sánchez se trata, está condenado siempre al fracaso o al error; pero yo diría, alertado por algunos testimonios fiables, que Pedro Sánchez, el hombre aparentemente tranquilo, está viviendo un infierno. Que yo, por supuesto, no le deseo; pero algo tiene que hacer mejor de lo que está haciendo para regresar, al menos, al purgatorio.

fjauregui@educa2020.es

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