El caso del llamado Rey emérito

La figura de Juan Carlos de Borbón, pese a su apartamiento de toda actividad pública, resurge con fuerza estos días en las informaciones, y no precisamente para bien de quien reinó en España durante casi cuarenta años. De pronto, y sin que exista una explicación demasiado lógica aparente, se recrudecen las informaciones acerca de las presuntas ilegalidades económicas cometidas en el pasado por el llamado rey emérito, Don Juan Carlos. Se intensifican las investigaciones judiciales y son varios los periódicos europeos en los que se habla de esas ‘donaciones’ de Juan Carlos I a la persona a la que llaman su ‘amiga íntima’, Corina Larsen, esa princesa de opereta de trayectoria tan, ejem, discutible que ahora, dicen, parece dispuesta a contar muchas cosas que antes, por razones variadas sin duda, no contó.

El Rey, mientras lo fue de manera efectiva, es inimputable, y pocas consecuencias penales prácticas tendrían aquellas actividades, ahora avivadas las brasas desde cenáculos que, en principio, no parecen ajenos a los manejos del ‘comisario infame’. Pero qué duda cabe de que el asunto tendrá consecuencias políticas y morales en el seno de la ciudadanía. Lo de políticas lo digo porque, de una manera inmediata, no cabe duda de que la creación o no de una comisión parlamentaria investigadora de las actividades del padre del actual Rey, como piden algunos grupos políticos (Esquerra, Compromís) y apoya el socio de Gobierno Podemos, provocará fricciones con el Partido Socialista, que está obligado a no apoyar una tal comisión de investigación. Y pienso que no lo hará. Puede que sea este el principal capítulo en las desavenencias inevitables a corto y medio plazo entre los dos partidos que conforman el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez.

Y vamos con las consecuencias morales. La cuestión no es, desde luego, baladí. Y va más allá de las actividades concretas que el Rey Juan Carlos realizase, de las comisiones que recibiese o no de la familia real saudí, de que tuviese o no ‘aparcadas’ cuentas en Suiza, Panamá o las Bahamas. O de que, en época en la que se nos pedía apretarnos el cinturón, cazase elefantes en Africa acompañado de la princesa de opereta, la mujer que más quebraderos de cabeza ha provocado a los servicios secretos españoles durante los últimos años. El tema también va más allá de si el Rey puede o no ser perseguido penalmente y de si el juez García Castellón, implacable instructor del caso, puede o no llamarle a declarar (que parece que no).

El núcleo de la cuestión sigue siendo Monarquía sí o no. O si, como tantas veces nos ha dicho anhelar el socio minoritario del Gobierno, hay que plantear ya o no el advenimiento de la República, una vez que los ‘asuntos familiares’ están provocando un desgaste a la Corona casi tan grande como los afanes secesionistas de los republicanos catalanes. Qué duda cabe de que Felipe VI, a quien alguna vez, desde mi perspectiva de monárquico crítico, he calificado como posiblemente el mejor Rey que ha tenido España, ve que su figura se resiente con tanta losa. Y ya no sé si basta la moderación con la que una mayoría de los medios, y creo que de la sociedad, aborda el ‘asunto Juan Carlos’, por entender que el anterior rey hizo mucho por traer y consolidar la democracia en España y por prestigiar el país en el exterior. Que son más los claros que los oscuros, vamos.

Quizá eso no sea ya suficiente. Quizá la Monarquía española tenga que ir más allá de aquel ‘me equivoqué, no volverá a suceder’, un ‘mea culpa’ poco frecuente en nuestra casta gobernante. Siempre he dicho que, para evitar saltos en el vacío que sin duda ningún bien nos harían, se hace precisa una operación, desde el constitucionalismo, desde el reformismo, desde la democracia, de afianzamiento de esa institución que es la Jefatura del Estado, encarnada hoy en Felipe VI, mañana confiemos en que en doña Leonor de Borbón, quién sabe.

Erosionando la imagen de Juan Carlos de Borbón, que es figura sin duda polémica, en la que, a mi entender, prima con todo lo positivo sobre lo negativo, se contribuye a dinamitar el último eslabón que nos queda con aquellos ‘tiempos del 78’, o lo que el hoy vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias llamó ‘Régimen del 78’. Juan Carlos de Borbón es el único protagonista vivo de todo nuestro último medio siglo de Historia. Lo que está ocurriendo estos días en torno a su figura creo que tiene mucho que ver con este deseo de algunos de cortar los lazos con ese pasado, de acelerar esa ‘nueva era’ que aún no sabemos muy bien hasta dónde va a conducirnos. Ni quién la conducirá.

Por eso digo que lo que está ocurriendo, las investigaciones judiciales en Suiza, las publicaciones más o menos informadas en los periódicos de varios países, alguna obra monográfica que se prepara, desde luego no demasiado elogiosa hacia la trayectoria del llamado rey emérito, tiene mucho mayor calado que el mero relato de unos hechos que sin duda fueron poco ejemplares. Me atrevería a decir que quizá debería ser la propia Casa del monarca más profesional y limpio que hayamos tenido la que debería tomar la iniciativa de la investigación y distanciarse, como ya se hizo en otros escollos familiares, de actitudes que para nada han sido ejemplares. Y, al tiempo, reforcemos todos la idea de que Juan Carlos de Borbón merecerá un lugar destacado en las páginas buenas de nuestra Historia: ha sido, pese a todo –pese a todo–, mucho lo que ha hecho por España.

Fjauregui@educa2020.es

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