Gran discusión esta mañana en Punto Radio, a donde llegué indignado con Alberto Ruiz Gallardón, el insigne alcalde de Madrid: resulta que, como hay mucha contaminación en la ciudad, quieren impedir que entren los coches privados de quienes vivimos fuera. Brillante idea. Y eso, después de habernos mentido (el sr. alcalde) diciendo que Madrid tenía «el aire más limpio de España» y tras haber sido criticado por el Ministerio de Medio Ambiente por suprimir, con nocturnidad y alevosía, centros de medición de la contaminación ambiental.
O sea, que los que tienen que pagar son los ciudadanos que viven en los alrededores de la capital –porque no quieren o, sobre todo, no pueden tener el pisazo del señor alcalde en Las Salesas–, que son los que más necesitan el coche, porque no siempre, como es mi propio caso, tienen fácil acceso a los medios de transporte públicos, o tienen, como es mi caso también, horarios incompatibles con esos transportes.
Siento personalizar, pero sé que mi opinión no es ni muchísimo menos la única: Ruiz Gallardón ha empobrecido mi calidad de vida durante todos y cada uno de sus años de mandato. Y claro, como los que vivimos fuera de Madrid no le votamos (yo, ni aunque viviese en la Puerta del Sol), hala, a fastidiarnos, aunque lo lógico sería que se restringiese, si acaso, el tráfico privado a los que menos lo necesitan, es decir, a los que, viviendo en el interior de la ciudad, se mueven por el centro de ella, donde son mejores los transportes públicos.
Y hago extensiva mi crítica a la oposición (?), a la que le parece estupendamente esta posible medida, que afectará a casi dos millones de personas cada día, se calcula. Ojalá no se ponga en práctica, porque el caos es fácilmente previsible. Y el cabreo, aunque este país es excesivamente dócil, también.
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