Contribuí a preparar, allá por 1993, el primer gran debate televisivo entre dos candidatos a la Presidencia de España: Felipe González y José María Aznar. Había un moderador, Luis Mariñas, y hubo, también, una larga preparación, consistente en que los asesores de ambos partidos tuvieron que acordar, en medio de una tensión indecible, la intensidad de los focos, la altura de las mesas, el color de las paredes…Poco quedaba a la improvisación, a la libertad del periodista para preguntar e interrumpir. Nos estábamos estrenando en eso de debatir ante las cámaras.
Ahora, teóricamente, estaríamos ya entrenados, con la práctica que nos han dado anteriores ediciones de confrontaciones ante las cámaras. No solamente en España, claro está: estos debates son ya obligados en cualquier campaña electoral que se precie. Porque la política tiene también algo de espectáculo, y al espectador (perdón, al ciudadano) le gusta creer que está en el ring/plató junto a los candidatos. Lo que no es cierto: hay mucho más de pactado entre ambos de lo que podría pensarse, y el papel del moderador suele ser el de casi un mero cronómetro parlante.
Así que tengo algunos ‘peros’ a este último proyecto de debate que nos anuncian para el 7-n. Primero, que solamente sea uno. Hay tantas cosas que cambiar en este país, de tanto calado, que un par de horas –como mucho—de encuentro tasado, medido y limitado, no va a ser suficiente ni como aperitivo. En segundo lugar, lamento que no se hayan previsto, además del ‘cara a cara’, debates con otras fuerzas políticas, además de los dos ‘grandes’: Izquierda Unida, UPyD e incluso, por qué no, los nacionalismos más destacados. Lo digo por lo mismo: andamos a la busca de soluciones, y ‘ellos’ parece que están más interesados en los votos.
Ignoro a cuál de los dos contendientes –permítaseme esta palabra, perfectamente inadecuada dado el nivel de acuerdos que forzosamente hay y habrá entre ellos— beneficiará o perjudicará más este ‘show’ televisivo; estoy por decir que no me interesa. Con tantas limitaciones, creo que a quien menos le conviene es al ciudadano de la calle, que tiene, tenemos, hambre de más, mucho más.
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