Me parece lógico que el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, quiera acompañar a su antecesor moribundo, Alfredo Pérez Rubalcaba, pese a que todo el mundo sabía que las relaciones entre ambos eran muy mejorables y que el segundo no tenía la mejor opinión del primero. Lógicos los artículos presidenciales enviados, como necrológicas de lujo, a los periódicos, lógicos los tuits dolidos desde La Moncloa. Rubalcaba, al dejar la política en 2014, ya nos dijo, cuando empezaron los elogios tras los anteriores denuestos y las críticas despiadadas e injustas, que “en España se entierra muy bien”. Hasta aquí, si usted quiere, casi todo lógico.
Pero no tan explicable me resulta que el presidente del Gobierno del Reino de España abandone una presumiblemente importante –luego no lo ha sido tanto—‘cumbre’ europea para retratarse entrando en el hospital del doliente. Ni que deje solo al Rey, en uno más de los difíciles viajes a la Barcelona oficial del mal educado Torra, para atender a las exequias del correligionario ilustre y hoy creo que justamente loado. En todo caso, Sánchez podría, como hizo el propio Felipe VI viajando desde la Ciudad Condal, haber estado en el velatorio del Congreso perfectamente a tiempo, tras respaldar al jefe del Estado en el clima hostil que siempre saben crear el president de la Generalitat y la todavía, quizá no por mucho tiempo, alcaldesa Colau.
Sánchez quiso mostrar al mundo mundial, sin duda, que no es persona vengativa y que ya ha olvidado –que no—que Rubalcaba fue uno de los principales artífices, quizá junto con Guillermo Fernández Vara, de todo aquello que acabó ocurriendo el 1 de octubre de 2016. Es decir, cuando Sánchez hubo de dejar la secretaría general del PSOE y el despacho en la calle Ferraz, para lanzarse a una incómoda –y valiente, sin duda—reconquista del poder en el partido, agrupación por agrupación. El presidente del Gobierno se puede hoy permitir tales gestos de ‘magnanimidad’, cuando acaba de ganar unas elecciones y las encuestas del CIS pronostican un mapa rojo para las europeas y autonómicas –quizá no tanto en las locales—que se celebrarán dentro de dos semanas.
Creo que Pedro Sánchez, aupado ahora con siete millones y medio de votos, tiene ahora una oportunidad única para emprender la regeneración del país. Incluso de tender la mano a enemigos, rivales e indiferentes. Para ser realmente generoso. Pero jamás debe olvidar que la elegancia es esencial en la política y en la vida: por ejemplo, que nadie puede, ni debe, apropiarse de manera partidista de la figura de Rubalcaba. Ni tampoco debe, ni puede, olvidar que ningún jefe de Gobierno debe dejar de respaldar al jefe del Estado, máxime en momentos de riesgo de crisis institucional severa.
No, Pedro Sánchez jamás debió dejar solo al Rey para que Torra se permitiese mostrarse desdeñoso con el Monarca. Ya sé que es más lucido –pero no tan lúcido—exhibir el rostro triste ante el no tan amigo caído. Y es, desde luego, mucho más fácil afrontar el velatorio con largas colas de gente en el Parlamento que tener que fotografiarse junto a un Quim Torra encantado de retarte con el lazo amarillo en la solapa. Pero era su deber: va con el sueldo y con el Falcon. Y conste que no critico solamente a Pedro Sánchez por no contribuir de manera suficiente al fortalecimiento de la figura del jefe del Estado: la política, en general, no está pasando por un decidido respaldo a quien encarna la máxima institución del Estado. Estoy seguro de que Rubalcaba le hubiese dicho algo así como “Pedro, ahora tienes que estar en Barcelona”. Era lo que le tocaba cumplir a un estadista.
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