Los mensajes navideños del jefe del Estado tienen más de simbólico, por lo que significan de velada advertencia contra posibles descarrilamientos políticos –aunque nunca se utilizaría este término desde La Zarzuela, claro– , que de efectivo. No nos engañemos: a los jóvenes, el discurso de Nochebuena rara vez les sorprende viéndolo sentados ante el televisor. Por lo demás, las reacciones en según qué medios y según qué partidos políticos son perfectamente previsibles. Los comentaristas buscan –buscamos—hilos con los que tejer una crónica. Este año, el tejido se ha basado en un texto casi monográfico dedicado a defender la Constitución, citada una veintena de veces, y este es el punto donde se han fijado todas las miradas. Y la frase donde el Rey alertaba de que hay que acabar con “el germen de la discordia”, la que ha hecho la mayoría de los titulares.
Como de costumbre, suelo recurrir a lo que dicen los medios afectos al separatismo para saber hasta qué punto su disenso con las palabras del Rey es tajante, total. Nadie esperaba una reacción favorable desde Junts, desde Waterloo o desde los digitales que más apoyan, por supuesto legítimamente, la causa republicana independentista. Ese ‘germen de la discordia’ lleva muchos años implantado, y los portavoces del secesionismo denuncian la “falsa confusión entre Carta Magna y democracia”. Es esta una frase, escrita ayer por el director de un medio afecto a Junts, que me ha hecho meditar: ¿hasta qué punto, escuchando las palabras de Felipe VI, puede ligarse el futuro de la Monarquía al de la Constitución?
Me proclamo más bien monárquico que republicano desde hace años, y esta consideración, el nexo implantado acríticamente entre Constitución y Corona, me perturba algo. Porque también hace años que pienso que la Constitución debe básicamente mantenerse, desde luego, pero con la misma tenacidad debe reformarse en aspectos sustanciales. Entre ellos, los que afectan a dos de nuestros principales problemas políticos, la territorialidad y el fortalecimiento de la Corona. Y, desde luego, solamente un consenso férreo en estos aspectos entre los dos principales partidos nacionales podría posibilitar una reforma sin ruptura ni traumas, una cada vez más imprescindible operación política de gran calado que asegure, como sugirió el rey, la pervivencia de esta gran nación que es España como una democracia inclusiva, flexible, tolerante y moderna. Y unida.
Estoy seguro de que no será exactamente, en su literalidad, esta Constitución, que en enero ‘repara’ , al fin, un artículo que contiene una palabra inconveniente, la que conocerá el reinado de doña Leonor I. Casi medio siglo de vigencia ha hecho que esta hasta ahora eficaz Carta Magna, invocada por el Rey con la insistencia de lo que se sabe que está en riesgo, pierda alguna actualidad, bastante efectividad, hasta el punto de que, por ejemplo, las últimas elecciones generales se convocaron sin atenerse a los términos constitucionales del artículo 115.
Claro que la Constitución es válida, pero dejará de serlo en algunos de sus Títulos conforme pasen algunos años, pocos, en este vertiginoso Cambio que vive el país (y Europa, y el mundo) en todos los órdenes. Menos mal que una de las mejores cosas que nos deja este 2023, por lo demás para olvidar, es una suerte de ‘leonormanía’, que es más que afecto por esa joven de dieciocho años cuya fotografía estaba tras el Rey en su mensaje desde La Zarzuela: es que ella representa una especie de resquicio de esperanza en el futuro, la sensación de que algo hay que garantice una continuidad actualizada y mejorada. Seguramente, el interés de nuestra juventud por lo institucional se recuperará de la mano de esa chica que protagonizaba la fotografía a espaldas del Rey.
Claro, no es el jefe del Estado, cuyos poderes no están tan tasados como dicen quienes no quieren profundizar en el tema, quien debe alentar reforma constitucional alguna: son las fuerzas políticas constitucionalistas, no algunos de sus aliados que abominan del basamento del Sistema, quienes, mediante un diálogo constructivo, sincero y olvidando la pelea por una parcela de poder, han de impulsar las reformas, la Reforma. La regeneración.
Y eso sí que lo entendió todo el mundo, supongo que el habitante de La Moncloa –que obviamente conocía y comentaría con antelación el texto con el Rey—el primero: el mensaje real iba dirigido, ante todo, a esas fuerzas políticas que, con sus actuaciones, no están garantizando un futuro concebible, esperable y confortable, sino el sobresalto continuo, la inseguridad jurídica y el peligro de un terremoto institucional. Lo que empieza a llamarse ‘situación inconstituyente’. Menos mal, repito, que, en medio de la tormenta, que, incluso, y no sin mala voluntad, quiere afectar a la Casa del Rey, nos queda la ‘leonormanía’. Que dure.
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