Difícil, muy difícil, el papel el que le está correspondiendo a José Luis Rodríguez Zapatero: tiene que hacer equilibrios entre su no asistencia al mítin sindical de Rodiezmo y su presencia ante los ‘tiburones’ de las finanzas norteamericanas, entre las fintas a la huelga general que viene y los abrazos a la economía liberal que se le impone, entre su devoción por los medios que le son simpatizantes y su obligación de reunirse con el siempre hostil Wall Street Journal. Pocas veces en la Historia, un jefe de Gobierno ha tenido que virar tan dramáticamente desde sus planteamientos iniciales, fuertemente progresistas, hasta la realidad, que poco o nada tiene que ver con los esquemas clásicos de la socialdemocracia, tan caros a aquel ZP de 2004.
Puede que este giro a algunos les resulte patético y a otros, de un pragmatismo admirable. El Zapatero que se encuentra ahora en Nueva York no tiene nada que ver con quien, arrogantemente, se quedó sentado al paso de la bandera americana; el que dice que los soldados españoles contribuyen a democratizar los áridos montes de Afganistán es alguien muy distinto del hombre que encabezaba las manifestaciones contra la guerra de Irak. No sé si ahora es el doctor Jekyll o si es, por el contrario, míster Hyde. O si antes fue lo segundo y ahora ocupa la personalidad del primero. Sí sé que hay un desdoblamiento neurótico en este forzado cambio –ciento ochenta grados—de actitudes.
Pero, de la misma manera que resulta imposible, como decía Jefferson, engañar siempre en todo y a todos, es impensable contentar en todas las ocasiones plenamente a todo el mundo. El viraje de Zapatero puede ser compartido, comprensible, tolerable o absolutamente inadmisible, según se coloque usted entre los simpatizantes, los indiferentes o los hostiles. Yo creo que Zapatero tiene la obligación, a la búsqueda de inversiones en España, de reunirse con los banqueros y magnates americanos; pero esos ‘tycoons’ son los mismos a los que criticó tan duramente no ha muchos meses, y eso genera desconfianzas, entre los propios ‘tycoons’ y entre quienes primero escucharon las críticas y ahora los halagos.
A mí me parece, y está en su derecho, que ZP se encuentra más a gusto con los sindicalistas que con los banqueros. Pero ya no goza de la confianza ni de los unos ni de los otros. Ni, a tenor de las encuestas, goza de la confianza de la mayoría de los ciudadanos. Y, así, el hombre bienintencionado, que llamó educadamente a la puerta de La Moncloa, bascula peligrosamente, en tierra de nadie, convencido, eso sí, de que está cumpliendo un penoso deber. Y posiblemente así sea.
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