Vamos a ver cómo es la primera semana en el rodaje de los nuevos ministros. Supongo que ni el nuevo Gobierno se ha generado para mantener el mismo vuelo alicorto sin imaginación, ni el líder de la oposición seguirá el consejo que le induce a sestear, fiándolo todo a los errores de los gobernantes socialistas. Confío en que ni Rubalcaba se atará a su actividad como portavoz en el pasado remoto –quien suscribe ya le seguía entonces como periodista, y presumiblemente seguiré haciéndolo ahora–, a base de guiños más o menos cómplices, ni su ‘coequipier’ Zapatero se atendrá al habitual lenguaje vacío; de la misma manera que –confío—en el PP se dejarán de frases presumiblemente ingeniosas que solamente sirven para aguijonear, sin mayores consecuencias, al Ejecutivo. Todo ha de ser diferente, más eficaz y profundo. Porque el juego ha comenzado de veras.
Dicen que Zapatero se ha revelado como un maestro en el manejo de los tiempos al hacer ahora la crisis. No lo creo: esa crisis estaba ya ahí, enquistada, desde junio, cuando el presidente no quiso hacerla porque a él ‘nadie le fuerza a una remodelación ministerial’, según dicen que dijo entonces. Pero he de insistir en que ya por aquella altura Rubalcaba era el ‘número dos’ algo más que ‘in pectore’; puede que hasta, ya entonces, fuese algo más que un segundo a bordo, porque su destino es el de sustituir al capitán más bien a medio que a largo plazo.
Ocurre, no obstante, que la veteranía nos enseña que no siempre estas ‘operaciones políticas’ llegan a buen puerto, maneje quien maneje el barco. He visto muchos diseños que naufragaban en contacto con la dura realidad exterior. Y a Zapatero hay que reconocerle que ha mantenido bastante unida a la tripulación –un par de voces tímidamente discordantes en el comité federal no son siquiera significativas–, que trabaja en plan estajanovista y que mantiene una honestidad básica que le hace reconocer que ha tenido, a la fuerza ahorcan, que traicionar todos sus planteamientos.
Pero también hay que achacarle brutales errores de análisis, que no siempre se dice –ni nos dice— la verdad, que improvisa –miren, si no, cómo hizo esta crisis, resuelta a toda prisa, por más que ya estuviera hilvanada desde hace cuatro meses–, que su preparación es insuficiente. Y que se ven los costurones de su estrategia. Por todo lo cual, más las prisas, más los factores externos, esta ‘operación sucesión –nadie quiere llamarla así en el PSOE—puede irse contra la escollera.
En todo caso, hay que decir que Zapatero está amortizado. Y que lo sabe y acaso hasta lo desee. No me cabe en la cabeza que pueda pensar siquiera en volver a presentarse a las elecciones, ni que los ‘segundos’ puedan desearlo. Entre todos, a partir de ahora, tienen que preparar la sucesión. Y un programa electoral para los nuevos tiempos, que no admiten continuismos en muchos aspectos; ya el sábado, en un comité federal del PSOE con demasiados pocos mensajes, se empezó a hablar de replantearse (‘reavivar’) el estado del bienestar. A la misma hora, también en Madrid, el PP celebraba una convención en la que Manuel Pizarro reclamaba “repensar entero” ese estado del bienestar. Y es que todos, por mucha levedad con la que quieran tomarse las cosas, han de reconocer que algo, mucho, tiene que cambiar para que todo siga más o menos igual. Más o menos.
Imagino que esta semana de rodaje veremos ya algunas cosas nuevas, más allá de un modelo inédito en los enfrentamientos de las sesiones de control parlamentario. Mucho tendrá, por cierto, que agudizar el dardo y la palabra la portavoz ‘popular’ Soraya Sáenz de Santamaría, que ahora ya no se enfrenta dialécticamente a Fernández de la Vega, sino a un Rubalcaba que se siente, me dicen, crecido y capaz de casi todo. Y eso, este miércoles, será solamente un indicio; decía ‘The Economist’ que las elecciones en España las ganará el partido que primero se deshaga de su actual líder. El PSOE ya ha iniciado, me parece, los trámites; en el PP ya lo intentó alguien, y no supo hacerlo o no pudo contra el tesón de Mariano Rajoy.
Pero lo que yo creo es que las elecciones las ganará el partido que comprenda que tiene que hacer un programa electoral en el que la regeneración democrática sea lo que prime: ya estamos viendo que sectores de la sociedad civil se movilizan creando ‘think tanks’ que estudien aspectos del cambio político, como las deseables reformas constitucional y electoral, la corrección de la marcha del estado de las autonomías, la corrección de los desequilibrios económicos o las deficiencias casi seculares de la educación. Por eso me atrevo a mirar con cierta esperanza el inmediato futuro: porque quizá, al fin, todos hayamos comenzado a entender el mensaje. El mensaje del cambio, que no puede quedarse solamente en las caras, en si la edad media del Ejecutivo sube o baja o en si aquella paridad de sexos tan estéril ha quedado superada.
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