El Gobierno ha gustado, no cabe duda

Claro que la designación del astronauta Pedro Duque como nuevo ministro de Ciencia e Innovación ha provocado numerosas bromas y chistes de ocasión: un Gobierno de altura, un Ejecutivo en las nubes, Pedro Sánchez toca los cielos con su tocayo Duque, han sido algunos de los comentarios que he visto en las a veces no tan ingeniosas redes digitales. Pero es cierto que alguna sorpresa, y la del hombre del espacio ha sido la mayor de ellas, se reservaba el presidente del Gobierno en su particular armario a la hora de los nombramientos. Y, anécdotas aparte, hay que convenir que, en principio, se trata de un elenco ministerial que suena a competente, preparado y con experiencia en sus campos respectivos. Puede que, si está bien dirigido, acabe por no volar apenas a ras del suelo, que es a lo que generalmente estábamos acostumbrados.
Se ve claramente que Sánchez ha procurado atender a tres campos de compromiso que, de una u otra manera, tenía pendientes: el europeo, el de los ‘veteranos’ y el territorial, comenzando por el catalán y siguiendo por el andaluz. No sé si con este equipo cierra las heridas con la Unión Europea (Juncker guardaba viejos agravios de cuando Sánchez se negó a apoyarle como nuevo ‘míster Europa’), con Felipe González, Susana Díaz y Pérez Rubalcaba (creo que no, pero eso ahora importa relativamente poco) y con el secesionismo catalán: sobre esto último, creo que Josep Borrel no es precisamente el favorito de la actual Generalitat, pero no es ahí donde el nuevo ministro de Exteriores tendrá que desarrollar sus funciones, contra lo que hacía (mal) su antecesor al frente de la diplomacia, García Margallo. Será más bien Meritxell Batet, de muy otro perfil, la que se encargue de lubricar las relaciones con la Cataluña levantisca de Puigdemont-Torra.
Es un Gobierno patentemente inclinado hacia el peso femenino, con mujeres que llevan tiempo demostrando su competencia y preparación; por ahí, nada que decir, ni siquiera ante la vicepresidencia otorgada a la exministra (y de nuevo ministra) Carmen Calvo, cuyo perfil no es el de una persona capaz de llevar las riendas de un Ejecutivo en el sentido en el que lo hacían Fernando Abril, Alfonso Guerra, Rodrigo Rato, María Teresa Fernández de la Vega o Soraya Sáenz de Santamaría. Veremos cómo se resuelve el complicado día a día de la coordinación de los ministerios. Y también el de la comunicación externa desde La Moncloa, la gran asignatura siempre suspendida por Mariano Rajoy y su equipo, y a la que Sánchez tendrá que hacer frente, partiendo de la distancia que le separa hoy de una mayoría de profesionales y medios.
En cualquier caso, Sánchez cuenta con personas lo suficientemente preparadas como para asumir, aunque no sea desde un Ministerio, tales tareas de coordinación: José Enrique Serrano, que ya estuvo en Presidencia con Felipe González y Zapatero, es indudablemente una de ellas. Pero hay, desde luego, más. El PSOE está demostrando que, pese a sus querellas internas y sus modos abruptos, tiene banquillo.
Otra cosa es cómo quedan el partido y el grupo parlamentario. Adriana Lastra no es exactamente Margarita Robles, y algunas de sus carencias pueden llegar a ser clamorosas. En cuanto a la coordinación del PSOE, una maquinaria que no está tan bien engrasada como sería de desear, hará falta alguien más que Abalos (que tiene que simultanear nada menos que el Ministerio de Fomento y la Secretaría de Organización), para poner en marcha una formación dividida, acomplejada y que solo muy relativamente se muestra orgullosa por la manera como se ha llegado a La Moncloa.
Luego vendrán, importante fenómeno a tener en cuenta, los llamados ‘segundos escalones’. Comenzando por el fiscal general del Estado -clave para lo que pueda ocurrir en las relaciones con los secesionistas catalanes–, algunas embajadas (tengo la impresión de que un par de ‘embajadores políticos’ podrían ser destituidos) y una catarata de secretarías de Estado y subsecretarías, amén de empresas públicas y otros destinos con sus respectivos jefes de gabinete, secretarías… Un total cercano a los tres mil despachos que cambian de inquilino y, esperemos, muchos de ellos también de orientaciones sobre lo que hay que hacer.
Se ha cerrado una etapa que ya acusaba falta de oxígeno. ¿Habremos abandonado el desengaño para ascender por la senda de la esperanza? Tengo mis dudas, pero me niego a sumirme en el pesimismo que ya algunos van predicando: este es quizá el penúltimo tren posible hacia la mejora moral y estética de un país que ya había, menos mal, conseguido superarse económicamente; el último mérito de Rajoy, sin duda.

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