El Gobierno no guarda las distancias, pero se distancia

Me sorprende, en las sesiones plenarias en el Congreso de los Diputados a las que asiste el Gobierno en pleno, o casi, que no guarden entre ellos las distancias que los expertos nos prescriben. Allí estaban este miércoles el presidente junto a la vicepresidenta primera, a su vez colindante con el vicepresidente segundo, al lado –en el escaño, digo—de la vicepresidenta tercera, doña Nadia Calviño. Menos mal que todos con mascarillas, que ocultaban las sonrisas suficientes cuando desde el atril hablaban los miembros de la oposición. Pero tanta proximidad no logra ocultar un hecho cada vez más incontrovertible: el Ejecutivo está profundamente dividido en cuestiones esenciales. Son dos concepciones de la política, de la economía, de la vida, completamente diferentes y eso se nota a cada paso. ¿Se puede mantener una tal situación durante toda una Legislatura que se quiere prolongar aún tres años?

Los titulares de no pocos periódicos se fijan en las últimas horas en las cada día más numerosas grietas que se abren entre las dos fracciones del Ejecutivo, aunque no falta quien advierta, como el sagaz Ignacio Varela, la existencia más bien de tres tendencias gubernamentales: la sanchista, la de los ‘técnicos’ –que, por cierto, no militan en el PSOE—y la que representa Unidas Podemos. Es no un Gobierno de coalición, dice otro comentarista incisivo como José Antonio Zarzalejos, sino más bien de yuxtaposición: no hay líneas paralelas, sino superpuestas, que se suplantan unas a otras impidiendo su crecimiento.

Y, así, cuento, y me quedo corto, no menos de once temas en los que la ‘fracción socialdemócrata’ ha chocado pública y estrepitosamente con la que podríamos llamar, con perdón, ‘fracción populista’ en el casi año que lleva funcionando esta coalición, novedad en la política española desde hacía casi un siglo. Permítame el lector una breve reseña: Venezuela, la reforma laboral, fiscalidad, salario mínimo, desahucios, referéndum en Cataluña –y cómo tratar el ‘problema catalán’ en general–, cómputo de años para las pensiones, impedir el corte de suministros de agua, gas y electricidad, las fusiones bancarias, el grado de participación de Bildu en las cuestiones del país…Y, claro, la forma del Estado: Sánchez dice que la Monarquía española no corre peligro, y su vicepresidente, todo lo contrario. Hay ministros –la de Defensa, el de Justicia, la propia portavoz—que hacen casi proclamas monárquicas, y ministros, como el de Consumo o la de Igualdad, que proclaman un republicanismo por encima de cualquier otra consideración y estrategia.

Conste que defenderé siempre que cada cual exprese sus opiniones, creencias y principios políticos y que pueda defenderlos con todos los elementos a su alcance. Lo que no se entiende bien es que tal cosa ocurra en el seno de un mismo Consejo de Ministros, del que luego salen, expresadas a plena voz y para desorientación del personal, las discrepancias. Comparto que una coalición albergue diferentes posturas sobre los temas sociales, pero comprendería mejor que estas diferencias se sustanciasen no necesariamente en actos de esgrima en los periódicos, sino en el seno del propio Gabinete. Lo que de ninguna manera comprendo es que en cuestiones políticas sustanciales, y la unidad territorial y la forma del Estado lo son, se puedan mantener posicionamientos no variados, sino opuestos. Eso no es un Gobierno, ni dos, ni tres, ni una yuxtaposición: es una jaula de grillos, el ejército de Pancho Villa, un carajal. Con perdón, insisto.

Y eso, por muy juntos que se sienten en sus preciados escaños azules en el Parlamento, desafiando, eso sí, lo que su compañero, el titular de Sanidad, nos pide que hagamos al resto de los españoles: separarnos esos dos metros hasta de nuestros hijos en Navidad. O sea, un equipo que, de tan junto, no puede estar más separado. Tremendo oxímoron. Solo el poder les une.

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