El mundo estalla soliviantado por un tsunami de inéditas proporciones y por la movida democrática más vasta que se haya producido jamás en una región sojuzgada. Pero aquí, en casa, seguimos con el debate alicorto doméstico, como si no estuviese cambiando todo a una velocidad de vértigo. Ya digo: a la escasez energética y al alza del precio del petróleo respondemos con no sé qué de recambio de neumáticos y bombillas, cuando no con una ridícula limitación de velocidad; a la catástrofe nuclear producida por el terremoto en Japón replicamos hablando de la (in)seguridad de Garoña; a la formidable amenaza del terrorismo internacional, con que si hay o no que legalizar Sortu; la necesidad de cambiar los modos políticos la resolvemos por acá en un duelo a garrotazos por los trajes de Gürtel y por las golfadas de un ex consejero andaluz. Y el epicentro de la polémica política lo polariza la inexplicable demora de un presidente del Gobierno ya autoamortizado para anunciar lo obvio: que no se presentará a la reelección en el cargo.
Y así andamos: en la autarquía moral y mental, en la política de aldea y en las ideas apegadas al secarral. Vibra, por tantas razones, el planeta, pero acá lo único que se mueve son los políticos para acudir a sus respectivos mítines preelectorales. Y es que, señores, estamos a dos meses de las elecciones, que es lo único que importa. País.
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