Asistí el pasado miércoles a la rueda de prensa –rara avis—de Mariano Rajoy en el ‘cuartel general’ del Partido Popular: se presenta ya como el inevitable próximo inquilino de La Moncloa, no como el posible, o incluso si usted quiere probable, ganador de las elecciones de ¿marzo?. Al mismo tiempo, ofensiva monclovita para que no desaparezca del todo el presidente, tragado por la actividad, verdaderamente frenética, de su teórico ‘segundo’, Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero mientras el de Rajoy parece a ojos vista un largo ‘hola’, lo de Zapatero es un evidente (¿también largo?) ‘adios’. Y en estos parámetros se mueve, se va a mover en estos meses, la vida política española.
Ahora que tantos hacen leña del árbol -justamente, por otro lado- caído, sorprende la neutralidad, la falta de demagogia y, sin embargo, lo incisivo de la interesante entrevista que Juan Ramón Lucas hizo a Zapatero en la mañana de este jueves en Radio Nacional de España. No se dejó el entrevistador en su cesto ninguna pregunta de las imaginables; otra cosa es que ZP respondiese airosamente a todas. Pero, eso sí, nos dejó claro que ni habrá adelanto de elecciones, ni crisis de Gobierno, ni ningún otro movimiento importante que constate que ha tomado nota del dramático resultado de las elecciones. Y, claro, su optimismo de siempre estaba alentado en este día por las bastante buenas cifras del paro en mayo. Así que el ‘diktat’ desde Moncloa debe ser algo así como “mudanzas, las justas. O sea, pocas”.
Eso sí, ZP dejó la sensación de que se quiere marchar completamente de esta etapa de la política -incluyendo de la secretaría general del PSOE-. Curioso paralelismo con la rueda de prensa que marcó el pasado miércoles la ‘reaparición ante los medios’ de Mariano Rajoy, cuyo lenguaje es el de quien inexorablemente se siente ya llamado a ocupar La Moncloa. Por fin, Rajoy delinea, en términos por cierto muy genéricos, un cierto programa de actuación. Por fin, en el verbo de Zapatero aletea el aterrizaje. Me parece que el cambio, inevitable e inexorable como antes dije, es imparable y solo queda desear que sea para bien. O, al menos, para algo mejor.
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