Nadie, en Madrid, o en lo que desde Cataluña se llama ‘Madrid’, parecía este viernes haber comprendido cabalmente lo que ocurrió en Cataluña este jueves. Y el primero de todos, el presidente del Gobierno y president de la Generalitat (en funciones), Mariano Rajoy. Siento tener que decirlo, porque admiro el valor y la impasibilidad con los que ha afrontado, involucrándose en ella, el resultado de una campaña que todos sabían que sería desastrosa para el PP; pero la verdad es que el inquilino de La Moncloa no pierde un ápice de ese carácter rocoso –más que flemático–, tozudo –más que inflexible—e inmovilista –más que constante—que ha contribuido, no sé bien en qué grado, a llevarnos a todos a esta suerte de catástrofe en la que nos hallamos.
Insistir en que los ‘constitucionalistas’ han ganado las elecciones, porque la magnífica candidata Inés Arrimadas, de Ciudadanos, haya ganado ampliamente las elecciones al segundo competidor, el ultra-secesionista Puigdemont, son ganas de engañarse; la verdad pura y dura es que los secesionistas son los que han ganado, en escaños. Y creo que también en votos, porque me parece algo descabellado contar ahora a los ‘comunes’ de Ada Colau entre ‘los nuestros’: a saber por dónde saldrán los diputados del Podemos catalán en el Parlament. Cualquier cosa: en todo caso, seguro que no son de los míos.
Rajoy, en una por cierto relajada comparecencia, cuatro horas después de la constatación del estrépito catalán, en el que el PP quedó virtualmente barrido de esta Comunidad Autónoma, y en el que Puigdemont se erige como un serio candidato a regresar a la Presidencia de la Generalitat, dio la impresión de creer que nada ha ocurrido. Como si todo pudiese seguir igual tras la votación de este 21-D, tras el que nada, nada, debe quedar inalterado. Supongo, aunque no lo dijo, que lo primero que habrá hecho en la noche del jueves habrá sido llamar a Pedro Sánchez y a Albert Rivera, para ver qué se emprende ahora ‘a tres’. No caben políticas partidistas, ni cabe tampoco culpar exclusivamente a Rajoy de la loca deriva de los independentistas catalanes, que todo lo han pisoteado.
Pero, contra lo que dijo, Rajoy –”yo solo hablo con quien ganó las elecciones, la señora Arrimadas”–, tendrá que hablar en algún momento con el prófugo Puigdemont. Y hasta con el recluso Junqueras. Hay quien piensa que carece de importancia que hayan sido ellos los que obtuvieron los votos y los escaños suficientes como para poner patas arriba el Parlament y volver a colocar al Estado entre la espada de la ley y la pared de la realidad, pero lo cierto es que tiene una enorme importancia, claro está. El futuro Govern pasa por ellos, sin remedio.
Cataluña tiene un importante porcentaje de ciudadanos que quieren separarse de España, se cuantifique esto como se cuantifique. Y Cataluña no será independiente de España, no en los años venideros al menos, se enfoque esta afirmación como se enfoque. Así que ambas partes, en una Cataluña que ya ha mostrado sobradamente lo dividida que está, tendrán que tener mucho cuidado ahora con lo que hacen. Y no, señor Rajoy: creo que no se puede salir al día siguiente de las elecciones catalanas, que usted mismo ha convocado, sin mostrar al menos un atisbo de ‘plan B’. Que hay algún tipo de vida después del artículo 155, vamos. Y nada de esto hubo en la comparecencia del presidente.
Creo que Rajoy es una posible solución para el futuro inmediato, aunque no lo sea a medio plazo. No quisiera considerar que se está convirtiendo en un problema, uno más –¿el principal?–, a base, precisamente, de no querer ver los problemas. El hombre impasible debe salir de la impasibilidad: España lleva dos años de seria inestabilidad política, que, afortunadamente, aún –aún—no se ha extendido a la economía. Pero todo puede llegar, al paso al que vamos, con una Cataluña empeñada en suicidarse y suicidarnos, sin que el médico de La Moncloa encuentre el remedio adecuado, que no es, seguro que no, esperar sin más a que el enfermo mejore porque sí.
fjauregui@educa2020.es
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