El lehendakari nunca dice tonterías. O eso me parece a mí, al menos. Ni él, ni, por cierto, su ‘socio de hecho’, el ‘popular’ Alfonso Basagoiti, aunque ambos en ocasiones tengan que decir cosas diferentes. Por eso, cuando escuché a Patxi López decir que estaba convencido de que Eusko Alkartasuna y Alternatiba, o sea, dos de las tres patas de la coalición Bildu, “ni están al servicio ni forman parte de la estrategia de ETA”, me puse a meditar sobre varias cuestiones.
La primera, que tal vez López tenga razón. No quisiera pecar de excesivamente ingenuo, pero creo que el lehendakari, al margen de sus ataduras y servidumbres políticas, es un espíritu bastante independiente y tiene, desde luego, mucha más información sobre los temas de su jurisdicción que la mayor parte de los mortales.
La segunda, que el clima de la opinión pública en el País vasco no permite a un ‘lehendakari’, que ha de gobernar para todos, ponerse frente a una tendencia abrumadora: no me cabe duda de que un porcentaje muy mayoritario de vascos piensa, al margen de cuál sea el sentido de su voto, más o menos lo mismo que ha dicho Patxi López. Es decir, que no está clara la connivencia directa de Bildu con ETA o que, al menos, no resulta tan fácil demostrarlo legalmente. Y ello, al margen de que estoy convencido de que a López le hace la misma gracia que a mí, o a la generalidad de los españoles, que la coalición probatasuna concurra a las elecciones del 22 de mayo y esté presente en un número aún indeterminado de ayuntamientos.
Finalmente, en tercer lugar, creo que López, como, me consta, gran parte del Partido Socialista de Euskadi y del Gobierno de la nación, temen que el sentido del voto del Constitucional puede ser bien distinto al del Supremo, que dejó a Bildu fuera de las elecciones. Es decir, que consideran la posibilidad, e incluso la probabilidad, de que la coalición pueda, finalmente, concurrir a las urnas el 22 de mayo. Y tratan, así, de evitar un conflicto con la que se ha convertido, de hecho y de derecho, en la máxima instancia del poder judicial.
Se trata, en definitiva, de preservar de nuevos desgastes al Tribunal Constitucional, que ha sido, probablemente por méritos propios, pero también ajenos (de los partidos), tremendamente zarandeado en los últimos tiempos. Hay que recordar que el TC es instrumento clave en la interpretación de nuestra ley fundamental y última voz en la resolución de conflictos que tienen a la Constitución como fondo (o sea, potencialmente casi todos). Presionar ahora a los magistrados, como algunos están haciendo, a base de recordarles la fuente partidaria de sus nombramientos, me parece altamente peligroso. Y pienso que hay que seguir la máxima dictada por Patxi López: hay que respetar las decisiones de los tribunales, de todos los tribunales. Incluido el Constitucional, faltaría más.
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