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(En qué lío estamos, ¿verdad, Majestad?)
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Quién sabe cómo acabará la semana que comienza. Con proyecto cierto de investidura, con ruptura –esto no lo creo por el momento–, en tablas. Con Junqueras fuera de la prisión –o no–, con Puigdemont prometiendo –o no–regresar a España, en función de lo que en los próximos días diga el Tribunal de Justicia de la UE, que puede dar un severo varapalo al Judicial español. Con Pedro Sánchez y Pablo Casado entendiéndose este lunes en el Congreso, o, mucho más probablemente, no. El embrollo político en el que estamos metidos es de aúpa y aquí sigue la parálisis: como me decía un corresponsal extranjero, da la impresión de que el único miembro del Gobierno español en funciones que trabaja, “y bastante bien”, es Teresa Ribero, la ministra de Transición Ecológica, tratando de salvar ‘in extremis’ la ‘cumbre’ del medio ambiente.
Escribo desde París, varada, como el resto de Francia, por una huelga que dura ya desde hace diez días y que amenaza con amargar las navidades de los galos. Toda Europa anda como estremecida, si usted quiere también embrollada, entre las ‘sardinas’ italianas y las consecuencias que tendrá la victoria de alguien como Boris Johnson en el Reino (no tan) Unido. Pero nuestro embrollo nacional es más genuino y tiene sus características propias, ya definidas por Bismarck: España es el país más fuerte del mundo, porque los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido. Pedro Sánchez cabalga el embrollo con singular impericia, pensando, ojalá lo consiguiera, que puede embridar el problema catalán a base de lisonjear a un preso que en poco tiempo podría dejar de serlo, según lo que decida el jueves un tribunal extraño, que nos es ajeno y está radicado en Luxemburgo.
Conste que, a pesar del título de este comentario, no diré yo, no, que Sánchez sea el único responsable del monumental lío que incumbe ya al propio ser del Estado, sometido a tensiones casi sin precedentes y, que afectan incluso a su redefinición: España, nación de naciones (¿de cuántas naciones, de qué calidad de naciones hablamos?). En este tablero endiablado juegan desde el ‘fugado’, que podría también no serlo por mucho tiempo, Puigdemont, hasta Miquel Iceta, que urde la plataforma teórica para que el embrollo no lo parezca tanto, pasando por Torra, el gran fanático, y, claro, por Junqueras, el hombre que, desde su jaula dorada, conduce los destinos del Estado. Además, esta semana todos los demás actores van a entrar en juego: Pablo Casado, Inés Arrimadas, los presidentes autonómicos –la de cosas que le van a decir a Sánchez, madre mía–, Pablo Iglesias, que piafa en segundo plano, nervioso por comenzar la carrera hacia el despacho vicepresidencial.
Ahí lo tiene usted: el gran tiovivo nacional, que nadie controla cómo ni cuándo parar. No sabemos aún ni cómo encarar un partido de futbol, que se jugará en Barcelona y es de alto riesgo, así que ya me dirá usted qué hacer con el resto del Gran Embrollo. ¿Cómo salir de esta? Me temo que solo Dios lo sabe, porque Sánchez y su entorno, no. Y el resto de todos nosotros, aún menos.
fjauregui@educa2020.es
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