El maldito de nuestra era


Quién nos iba a decir que, en la era Obama, personaje a quien admiro sin fisuras, íbamos a tener que especular –¡de nuevo!—con las trampas sucias de la CIA. O similares. Que al odiado Julian Assange, el animador principal de WikiLeaks, el portal web que ha publicado miles de documentos secretos sobre la guerra de Afganistán –y los que le quedan–, le hayan descubierto ahora un escándalo sexual, la presunta violación de dos mujeres en Suecia, es, cuando menos, demasiado oportuno. Que una fiscal sueca haya retirado la investigación por violación, lo mismo que una orden preventiva de detención contra Assange, me parece sintomático. Y tiendo a pensar que ‘algo hay’ cuado el jefe de la web que mostró al mundo los excesos militares norteamericanos en Afganistán, entre otras cosas, esparce sus sospechas de la ‘longa manus’ del Pentágono podría haber fabricado estas acusaciones, que, de momento, resultan falsas. ¿Una chapuza más de lo que antaño se llamaba el espionaje USA?

Naturalmente, ignoro si Assange es culpable de algunos de los delitos que le achacan. Me parece secundario, si no afectan a la almendra del asunto: ¿hizo o no bien WikiLeaks publicando los documentos secretos? Yo creo que sí, aunque quizá algunos nombres debieron quedar velados; pero nos hemos enterado de demasiadas cosas sucias como para poderlas dejar pasar, y me extraña que una Administración como la de Obama, en un país tan celoso de la libertad de expresión como Estados Unidos, se haya esforzado tanto, perdiendo tantas plumas en el envite, en destruir a un simple particular como Assange. Que lo que ha hecho, con cuantos excesos usted quiera achacarle, ha sido velar por la pureza de esa máxima que debería ser sacrosanta en el periodismo: “noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique”. Lo demás es hagiografía, propaganda o peloteo. Y que sea o no –que parece que no—un violadores algo que ha de considerarse después, y separadamente.

Por cierto: ¿cuánto dinero del contribuyente habrá costado la presunta fabricación de las acusaciones contra Assange, que se ha convertido, sin duda a su pesar, en el maldito de nuestra era?

fauregui@diariocritico.com

2 respuestas

  1. Hace algunos años, más de los que quisiera, un cliente de fuera de España me pidió asesoramiento sobre un problema específico de imagen que tenía. La cosa es que el «problema» era una verdad como un templo y estaba perdiendo ventas a marchas forzadas. No pudiendo argumentar con datos, mi consejo fue destruir la credibilidad de los que estaban causando el problema. Llevó bastante dinero, muchas gestiones y un par de semanas. Mi cliente recuperó su imagen y con ella las ventas. Andando el tiempo corrigió los problemas denunciados sobre su producto y nunca más supimos de los denunciantes.

    Por supuesto, no inventé yo el esquema: lo copié de la actuación de la administración Nixon, con Kissinger a la cabeza, cuando lo del hotel Watergate.

    Y tampoco lo inventaron estos listillos de los 70. Schoppenhouer en su opúsculo «Dialéctica Erística» lo detalla y mucho antes de él, Tito Livio, al narrar la arenga de Aníbal a sus tropas, nos da un ejemplo paradigmático de cómo usar lo que en Retórica llamamos «Falacia ad hominem», una deriva quintaesenciada del «argumentum ad hominem».

    Ahora al tal Assange le aplican el mismo correctivo: si no puedes rebatir lo que perjudica tu imagen, acaba con la credibilidad del emisor de los mensajes. Lo peor, Fernando, es que suele funcionar.

  2. Pascua, querido hermano,
    esto de Julian Assange
    ya lo inventó Queipo de Llano,
    y Goëring. Y la Falange
    –y, naturalmente, Franco–.
    No hay, pues, ningún avance:
    miente, así, como un bellaco,
    que algo quedará en el balance.

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