El ‘manifestódromo’

7 respuestas

  1. En la Comunidad de Madrid desde 2011 hay una desgravación fiscal de 900 euros por hijo por los gastos en educación privada, es la única de España donde existe, y supone un coste de 90 millones de euros al año. A su vez la Comunidad de Madrid ha reducido drásticamente las ayudas y becas para comedor, transporte o libros.

    Y la Comunidad de Madrid es la única junto con Baleares que no ha reimplantado el Impuesto sobre el Patrimonio, que solo pagan los más ricos, y que supone más de 600 millones de euros menos de recaudación, mientras suben las tasas universitarias y bajan las becas universitarias.

    Con estos 700 millones de euros la Comunidad de Madrid podría mantener las ayudas y becas para comedor, transporte o libros, o simplemente hacer menos recortes en Educación, lo que afecta a los ciudadanos de ingresos más bajos. Pero Esperanza Aguirre es como Robin Hood pero al revés, le quita a los pobres para dárselo a los ricos.

    Lo más triste es la cantidad de trabajadores de barrios y ciudades de Madrid que llevan a sus hijos a colegios públicos y que votan al PP. Son los que se han dejado engañar por los ricos con lo de que todos los políticos son iguales, que el PSOE y el PP son los mismo, que la política no sirve para nada…..sin embargo los ricos saben bien que esto no es así, que a ellos la política sí les sirve, y ellos sí votan, al PP, claro.

  2. Al PP siempre se le hincha la boca con la defensa de la familia. Pero no es más que una forma de justificar sus miedos, prejuicios y discriminaciones a los que considera diferentes y/o inferiores. En realidad lo que han hecho desde que han llegado al Gobierno ha sido:

    Una reforma laboral que quita protección a las mujeres embarazadas o con hijos, a las que ahora es mucho más fácil despedir, o modificar sus condiciones geográficas o funcionales, horario, etc., con lo que se pude impedir la conciliación de la vida familiar y laboral. O no tendrán hijos o se quedarán en casa.

    Reducción drástica de todas las ayudas a la dependencia, que va a complicar mucho la situación de todas las familias con dependientes, especialmente las mujeres.

    Congelación de la ampliación del permiso de paternidad, y de beneficios y ayudas por tener hijos.

    Subidas indiscriminadas de impuestos, IVA y tasas.

    Recortes en Sanidad Pública y Educación Pública, obligando a aquellas familias que puedan permitírselo a irse a las privadas. Las que no, una pérdida brutal de la calidad de estos servicios básicos.

    Reducción de la cartera de servicios sanitarios públicos, y eliminación de medicamentos, productos sanitarios y vacunas gratuitas por el Sistema de Salud, con el establecimiento de copagos.

    Subidas tremendas de los importes por educación infantil, educaciones especiales, tasas universitarias….

    Reducción de ayudas para libros, comedor, transporte, escuelas rurales, becas universitarias…

    En definitiva, se puede afirmar perfectamente que ESTE GOBIERNO ES EL MAYOR ENEMIGO DE LA FAMILIA DE TODA LA DEMOCRACIA, sin lugar a dudas.

  3. Siete días trepidantes

    La calle es mía, y mía, y mía, y…

    Fernando Jáuregui

    El viernes, a las doce del mediodía, un grupo de sesenta personas –lo conté—con camisetas negras en las que decían que habían sido funcionarios y ya no lo eran, cortaba la Gran Vía madrileña. Pasó casi media hora de atasco, pitidos, claxons y cabreo hasta que la policía disolvió la obviamente ilegal mini-manifestación, que tanto perjuicio estaba provocando a lo que podríamos llamar la ‘causa ciudadana’. Claro que no pretendo equiparar esa algarada –‘algarabía’, en palabra del presidente Rajoy—con la gran manifestación de la Diada en Barcelona, que ha marcado sin duda un antes y un después, ni con las variadas que poblaron las calles de Madrid este sábado. Pero sí me interesa subrayar que, desde aquel 15 de mayo de 2011 en el que el movimiento de los ‘indignados’ se hacía presente en la vida política y social española, ‘tomar la calle’ se ha convertido en una forma casi habitual, demasiado habitual a mi entender, de ‘participación’ de la sociedad civil en las cosas que le conciernen.

    Vaya por delante, claro está, mi reconocimiento al derecho de manifestación. Si la gente sala a la calle es porque tiene cosas por las que protestar y porque existen escasos canales para que los ciudadanos de a pie puedan mostrar de una manera más ordenada –y más eficaz—su descontento y sus anhelos. Simplemente, hay que denunciar que la España invertebrada que denunció Ortega sigue en pleno vigor, con unas clases medias reducidas al silencio y a la impotencia, con una juventud desesperada por la falta de futuro y con una sociedad civil, en general, taciturna y recelosa de sus representantes, como bien muestran, hasta la saciedad, las encuestas. Y todo ello, unido a una crisis económica angustiosa, a una falta de ideas políticas alarmante y a un cierto –cierto—desdén oficial por el común de los mortales, lleva al estallido. Y eso que entiendo que los empobrecidos españoles, los de Cataluña y los de Madrid, los de todas partes, están teniendo, en general, un comportamiento modélico en su protesta pacífica, pero constructiva, en voz muy alta, pero ordenada.

    Pienso, sin embargo, que es pernicioso el abuso de cualquier derecho, incluyendo el de manifestación. ¿Con qué se puede presionar a un Estado tras lanzar un millón de personas a la calle cuando ese Estado sigue sin admitir las exigencias que contienen las pancartas de los manifestantes? Qué ocurre cuando un político, que por cierto no fue a esa manifestación, se pone al frente con una bandera que solamente comparte la mitad de los habitantes de un territorio? O también, ¿Qué les queda a los sindicatos después de una huelga general en la que no avanzan un milímetro en sus peticiones, suponiendo que sea ese paro, de nuevo, el último argumento, la última forma de defensa frente a los recortes considerados inicuos?

    Algo de enfermo hay en una sociedad que se lanza a tomar avenidas y plazas para protestar contra lo que se considera una injusticia, un exceso o un error. Algo irracional se da cuando un millón de personas pide lo que es, hoy por hoy, imposible. Algo muy malo está pasando cuando unos salen a la calle contra otros. Y peor, claro, cuando unos u otros, o ambas partes, desoyen lo que grita, dice o razona la otra. Nunca como ahora la vigencia malhadada de las dos españas. O mejor, tres. Una grita, otra desoye y la tercera, la más numerosa, calla. Calla quizá abrumada por la falta de reflexión, la ausencia de propuestas sólidas, creíbles, factibles. Quizá no salgan a la calle para manifestarse, pero la pasean, la recorren para ir a sus trabajos, o para tratar de encontrarlos. Seguro que esa ‘tercera España’ tiene mucho que decir y alguna vez alguien tendrá que escucharla.

    fjauregui@diariocritico.com

  4. Gracias por avisar, Fernando. Estuvimos a punto de aparecer ayer en Madrid en pos de la expo de Hopper en Thyssen, que acaba hoy. Veo q nos libramos por los pelos de ¿diez? manifas, Falange incluída (!). Gracias ‘de corazón’, como diría Otegi 🙂

  5. ¿Como que no hay forma equilibrada y legal de manifestarse sin que esa manifestación resulte un perjuicio a los vecinos?

    Sin necesidad de cortar el tráfico, que es una fórmula recurrente y mezquina de molestar por que uno tiene problemas, los ciudadanos pueden manifestarse, haciendo mucho ruido, delante de las sedes de las televisiones, las sedes de los diarios, las sedes de los partidos políticos, los organismos causantes de esos perjuicios, las sedes de los sindicatos, los domicilios de personas concretas. Pero descargar su desgracia perjudicando al resto de la ciudadanía es miserable y, además, contraproducente, porque el pueblo no está por la labor de aguantar más perjuicio.

    Si alguien considera que, de no tomar posiciones, podría ponerse de moda a Niemoller, está equivocado. Hoy hay la suficiente información para que la gente opte por lo que le interese y le convenga, pero la imposición por medio de la fuerza de fórmulas e ideas, ya no es válida.
    Seguimos sin una ley de huelga.

    Sobre el asunto catalán, no es más que una pantomima, una oportunidad que le han dado a ‘Arturito Mas’ para ocultar su ineficacia en resolver problemas, aunque estos hayan sido provocados por el tripartito. La calle le puede. Y esa ilusión de querer pasar a la historia como el posible ‘conseguidor’ de una independencia, le hace olvidar la desgracia a la que está abocando a la ciudadanía de esa Autonomía con más capacidad de autogestión que las regiones alemanas. No merece la pena extenderse aquí si no es para alertar a empresarios, empresas y trabajadores catalanes que pueden ver peligrar su futuro.

    Saludos.

  6. Lo creo que está pasando, para que una gran parte de la población salga a la calle, es que los cauces normales de representación se están viendo superados por los acontecimientos, y los ciudadanos de una lado o no se sienten representados por los partidos y demás organizaciones de participación popular, o de otro, tienen la sensación de estar siendo engañados por una clase política y sindical cada vez más alejada del conjunto de los intereses de los ciudadanos que se supone representan.
    No es de ahora claro, desde el 15M que fue el primer síntoma grave de ese fenómeno, nadie ha recogido el guante de ese desafío de la sociedad española en su conjunto, sino más bien han tratado de sacar tajada política de esos descontentos. Podrían incluir aquí, lo ocurrido en Barcelona el 11S, en que la frustración social por la crisis, se reorienta a reivindicaciones secesionistas y a echar la culpa de todo a un enemigo exterior; aquí las diferencias entre A. Mas y C.F. Kirchner no son tan grandes.
    Parece que la sociedad española está en una especie de estado catatónico, incapaz de reaccionar ante los desafíos que tiene delante. La participación es cada vez menor, y solo en determinados “eventos” estalla de manera aún controlada; el problema es cuando esos estallidos ya no sean controlables.
    Como ejemplo de lo dicho, no hay nada más que ver este mismo blog; hasta no hace mucho, participaba un gran número de personas de diferentes sensibilidades, y había interesantes debates en torno a problemas concretos. Ya nos es así, y no creo que sea por falta de interés, creo que la perplejidad por lo que ocurre ha dejando a mucha gente incapaz de reaccionar. Los que defendían la política de ZP se ven incapaces de defender ahora el errático comportamiento del PSOE, plagado de contradicciones. Los que defendían los postulados el PP, prácticamente se han quedado sin argumentos (eso sí, excepto los raca raca de los de siempre) al comprobar cómo el partido con que simpatizan o simplemente han votado, ha traicionado todo lo prometido.
    ¿Qué queda, la calle?. Nunca he sido partidario de la calle, y nunca me he sentido representado por ningún movimiento de ese tipo, y creo que como yo muchos, pero claro, si al final la única solución es salir para ser oídos, es cuestión de pensárselo.

  7. Totalmente de acuerdo con su planteamiento Kroker. Estamos cercados por todos lados y la angustia de no ver salida alguna se traduce en protestas.

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