Acudí el viernes a Ibi, Alicante, invitado por la corporación municipal a dar una conferencia en la VI semana de la solidaridad, que ellos organizan por estas fechas. A mi llegada, y ya en la sala de conferencias, me topé con la sorpresa: la concejala de Deportes, Ana Sarabia, del PP, acababa de dimitir, acusada de hacer compras y viajes personales con dinero público. Los socialistas piden también la dimisión de la alcaldesa, Mayte Parra, de quien dicen era «conocedora» de las irregularidades, que las dos niegan. Ni que decir tiene que el ambiente no estaba para demasiadas charlas, sobre solidaridad ni sobre cualquier otra cosa, y todo fue bastante desastroso, aunque tuve que hacer de tripas corazón; de haberme enterado previamente, la verdad es que no hubiese acudido, no porque presuma culpabilidades que desconozco, sino por lo incómodo de una situación en la que yo, con la alcaldesa y la teniente de alcalde a mi derecha en el estrado, me sentía un poco como un pulpo en un garaje. Perdido.
En la vecina Elche, hay acusaciones de desvío de dinero público para los socialistas. Y ya comprenderéis que los periódicos de la Comunidad Valenciana, los compré todos, echan chispas con las acusaciones que sobre Camps, Ricardo Costa y compañía se vierten en el sumario de Garzón. Me sorprendió que los diarios del grupo Moll –Información, Levante– más bien atacasen que defendiesen a Camps, duramente vapuleado tradicionalmente por El País y tampoco defendido, ahora, por El Mundo, aunque sí por los dirigentes de su partido, el PP.
Me pregunté en su día, y me pregunto, si las acusaciones sobre Camps son tan graves (no es lo mismo un traje que una recalificación urbanística) como las que pesan en Madrid sobre los que ya son ex alcaldes, un ex consejero y, claro, sobre los ‘conseguidores’ que actuaban en la Comunidad madrileña y en la valenciana, Correa y ‘el bigotes’. Para no hablar de todos los rumoires y dossieres que circulan de acá para allá, en los cenáculos y mentideros que tan odiosos resultan, por cierto (aunque den nombre a este blog).
Para quien, como me ocurre últimamente –en el grupo Diariocritico hemos inaugurado un periódico en Valencia–, anda a caballo entre las dos comunidades, la cosa se presenta bastante pringosa. Lo de Madrid, que es una especie de Sodoma, Gomorra y puerto de Arrebatacapas, no me sorprende mucho: era, es, un secreto a voces que el urbanismo ha crecido precisamente sin eso, sin planificación urbanística, que las recalificaciones han sido, son, salvajes, que ha habido, hay, comisiones, trampas, información privilegiada, tráfico de influencias.
De la CAV, cuya costa tanto ha sufrido en los últimos decenios, se hablaba mucho en tiempos de Zaplana –pero, excepción hecha de Terra Mítica, poco se ha probado–, pero casi nada en tiempos de Camps, del que sigo pensando que es persona honrada, al margen de no sé qué diablos de trajes de Milano. Como es honrado –sí, me declaro su amigo– Esteban González Pons, a quien también se quiso, pero no se logró, ver involucrado en el sumario garzoniano.
No pongo, empero, la mano en el fuego por nadie (espantosa frase, que ha hecho fortuna), y menos tras la experiencia ibense: hay una parte de nuestra clase política que tiende a confundir lo público, que es lo que les aportamos para que nos lo gestionen, con lo privado. Como algunos financieros tiburones internacionales.
Urge, al margen de las cuestiones particulares, en las que yo poca investigación puedo ahora aportar, una regeneración del ambiente político, del financiero, del jurídico –¿quién puede negar las imperfecciones de las instrucciones de Garzón?¿Quién los fallos del Consejo del Poder Judicial?¿Quién el escándalo de la huelga de los jueces, de la situación del Tribunal Constitucional?–, del mediático. Ni el Ejecutivo, ni el Parlamento –tan absentista–, ni la Judicatura, ni los medios (ay, algunos comentarios de la Ser, algunos excesos –pese a sus muchos aciertos– en El País), ni el poder económico, ni el religioso –ay, esa Cope teledirigida por el monseñor de monseñores–, estamos dando ejemplo.
Hacemos un escándalo de ese pobre golfo ladronzuelo (presunto, perdón) de Alcaucín –por el que no siento la menor simpatía, desde luego, y menos cuando involucró a sus hijas en sus andanzas– y callamos ante las grandes estafas; condenamos a un año de prisión al vagabundo que robó un pan y dejamos que los primos famosos campen a sus anchas. Cuestión de la calidad de los abogados, quizá, o cuestión de otras circunstancias peores, acaso. El caso es que aplicamos mucho más el microscopio que el catalejo a la hora de la denuncia y del castigo.
¿Servirá tal vez la crisis para limpiar los establos? ¿Para poner las cosas en su sitio? En algo de eso pensaba cuando regresaba de mi triste experiencia en Ibi, adonde creí acudir para ayudar en una experiencia con discapacitados y para pasar un fin de semana tranquilo. Y ya ven.
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